Si se te pasó la primera semana del Adviento sin pena ni gloria, ayer comenzamos una segunda, una nueva oportunidad para sincronizar nuestro reloj con el tiempo de la Esperanza que se nos propone vivir a todos los cristianos como preparación al nacimiento de Jesucristo. No dejes pasar este tiempo sin más. Pídele al Señor que te ayude a centrarte, a vivir con intensidad y capacidad de sorpresa esta semana.
Es la esperanza de la que profeta Isaías nos invita a vivir en la segunda semana de Adviento con la meditación de los capítulos 35, 40 y 48 en las primeras lecturas. En concreto, el capítulo 35 que la liturgia nos propone hoy es una riada de buenos augurios, buenas noticias para el pueblo que espera y mantiene su fe en el Señor. Todo florece bellamente de gozo y alegría, porque todo está llamado a restaurarse, por ello el versículo 4 nos recuerda: Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Es una lectura muy bonita para hacer una buena meditación con esta pregunta: Señor, ¿en qué aspecto de mi vida tengo que ser más fuerte? Dios nos bendice potenciando las cualidades que nos ha dado, las herramientas que cada uno tenemos a través de las cuales estamos llamados a realizar el bien. Eso es un don, el regalo que tu creador te otorgó y que has ido descubriendo, cultivando, poniendo en práctica. No tengas miedo de usar tu don. Si se ha debilitado, si está oxidado, el Señor lo arregla, como también dice el canto de bendición del profeta Isaías: se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el tullido, la lengua del mudo cantará.
Cada uno tenemos un don. No tenemos que envidiar los dones de los demás. Con el que Dios te ha bendecido, con ese te vale, sino mira al santo de hoy con cuya memoria libre propone orar la liturgia: San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, (pinchando en el nombre accedes a su biografía) un hombre muy sencillo y humilde, sin talentos espectaculares, pero de una gran fe, testigo de la aparición de Ntra. Sra. de Guadalupe.
Cuando los seres humanos no utilizamos nuestros talentos y cualidades estos se atrofian, se paralizan.Y al contrario, cuanto más usas tu don al servicio de los demás y del bien, este crece, se desarrolla. En la secuencia del evangelio de hoy, un hombre paralítico es descolgado por el techo ante Jesús. El poder sanador de Jesús es físico y espiritual, no sólo cura los pecados, también su cuerpo entero. Quizá algún talento nuestro está algo paralizado. Es buena ocasión para orar al Señor pidiéndole que, si es así, nos diga ¡ponte en pie!
Juan Lozano, cmf
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