Todo es posible…. para el que cree
El mecanismo más diabólico es aquel que nos arrebata la capacidad de creer, de confiar, de fiarnos. En cambio el mecanismo más divino es aquel que nos convierte en personas confiadas, abiertas a la novedad, entusiasta con la utopía. Es lo que nos manifiesta el Evangelio de hoy.
La figura central es María, la joven mujer de Nazaret. Lucas nos la presenta sin títulos, sin currículo, incluso sin méritos. El evangelista, tan atento en adjuntar a la presentación de cada personaje un breve currículo, sin embargo, al presentar a María, no dice nada. Eso sí: que se llamaba María, que era la novia de José. ¡Sólo José era hijo de David! Su pariente era Isabel, pero de Isabel sóla se dice que era descendiente de Aarón.
Sin embargo, esta mujer goza de la gracia de Dios. Dios pone en ella sus ojos y se deja embelesar por ella. No se sabe si María está llena de gracia por su inmediato futuro o por todo su pasado. Quizá para Dios todo forme una unidad. Pasado, presente y futuro están incluidos en la expresión: “Has hallado gracia a los ojos de Dios… El Señor está contigo”.
María se estremece ante el mensajero divino. Ese estremecimiento indica que María no vivía en medio de visiones y de claridades. Recorría el mismo camino de fe que nosotros recorremos. Tampoco para ella Dios era evidente. Se estremeció y se preguntaba por el significado de todo aquello.
El mensajero le dice que “no tema”. Pero lo que el mensaje le transmite es temible: que va a quedar embarazada, que va a dar a luz un hijo… sin padre, que va a ser hijo de Dios. En este breve instante puede cambiar toda su vida, todos sus proyectos. Sí. Hay momentos decisivos en la vida en los que todo puede cambiar. Y todo depende de un hilo: la propia decisión.
María es invitada a decidirse, a optar. Dios le promete su ayuda. Pero como todas las promesas de Dios, deben ser acogidas en la fe más absoluta.
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