02 diciembre 2013

Comentario al Evangelio de hoy, 2 diciembre

Me encanta el tiempo de Adviento que acabamos de comenzar. Ojalá viviéramos en esta clave de esperanza todos los días del año; una esperanza fundada, no ingenua, pues sabemos de Quién nos hemos fiado, a Quién esperamos y Quien queremos que venga un año más a nuestras vidas. Es un tiempo precioso, lleno de alegría, como a la que nos invita el Papa Francisco en su nueva exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (la alegría del Evangelio). Te propongo que leas y medites el nuevo mensaje del Papa en este tiempo de preparación para la Navidad. (Pinchando en el título accedes al documento).
Pero atención, el Adviento es un tiempo cronológico tan corto -cuatro semanas- que  aunque los reclamos comerciales de nuestras ciudades con sus luces y sonidos ya comenzaron su particular “adviento”, el auténtico puede pasar tan rápido que, cuando caes en la cuenta, ya estás a las puertas del día 25 de diciembre sin haber podido tener ningún momento de calidad para reflexionar y orar con esta breve pero intensa preparación para el Nacimiento de nuestro Señor; es decir, para dejar que nazca un poco más en ti, en tu familia, en tu lugar de trabajo, en tu ambiente. Hemos comenzado un corto pero intenso periodo para sincronizar nuestro reloj con el tiempo de la Esperanza que se nos propone vivir a todos los cristianos.
Es la esperanza a la que el profeta Isaías nos invita a vivir durante esta semana; hoy, en el capítulo segundo, con un hermoso canto a la paz universal en forma de oráculo, de visión, donde se anuncia que todo será reconciliado: No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán más para la guerra. Es la voluntad de Dios, es el destino de los pueblos, de las sociedades, de las familias, de los corazones humanos. Mientras, oramos por las situaciones donde este deseo de Dios no se hace presente: la paz en Siria, la violencia en Latinoamérica, los atentados terroristas, los niños abortados antes de nacer, la violencia de género, mis violencias y mis guerras interiores…
¿Y yo Señor? ¿Cuáles son las debilidades que me vencen, que no me dejan alzar la mirada para verte y ver mi realidad más allá, con esperanza? Porque necesitamos parar de vez en cuando, subir a la colina y mirar nuestro caminar con perspectiva; con realismo, pero con esperanza, pues un camino en el que el Señor me acompaña, y yo me dejo acompañar por Él, nunca puede terminar mal. La antífona de hoy del salmo 121 canta esta excursión: vamos alegres a la casa del Señor. ¿Qué me falta para vivir la alegría a la que el Papa Francisco nos invita a vivir en su última exhortación apostólica? Pídele al Señor que te ilumine y te conceda sabiduría para escrutar y discernir qué le falta a tu vida para vivir en clave de Adviento. Pídeselo con fe, como hoy hace el centurión en el Evangelio de Mateo: Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano.
El poder que Jesús tiene le impulsa a curar. Para eso lo usa; Jesús es el sanador por excelencia. Todo aquel que confía en Él es curado, incluso a distancia, como el criado del centurión. Acabamos de concluir en la Iglesia el Año de la Fe, y Jesús alaba la fe de este militar romano: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.
Jesús hace realidad las profecías de Isaías. Tú y yo también estamos llamados en este tiempo a ponernos delante del Señor para ser curados de nuestras desesperanzas. Confía en Él. Jesús sabe dónde están nuestras heridas y sabe curarlas. Déjate perdonar en la oración, déjate mirar por el médico de Nazaret. Ora metiéndote en la escena; no eres un espectador, tú eres ese criado que necesita ser curado. Déjate querer.
¡De corazón, te deseo un feliz Adviento!
Juan Lozano, cmf

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