Una persona está esperando que le realicen unas pruebas, y de los resultados que salgan de dichas pruebas. Las pruebas aún tardarán varias semanas y, lógicamente, esta persona está dándole vueltas a la cabeza con las diferentes posibilidades: “¿Y si me dicen esto…? Entonces haré… ¿Y si no sale esto otro…? Pues así no haré…” Y en este tiempo de espera lo está pasando mal por la preocupación y la incertidumbre. Es normal que ante situaciones así pensemos y nos preocupemos, pero llega un punto en que esa reflexión y esa preocupación previa sólo sirven para que nos pongamos cada vez más nerviosos y angustiados, porque no podemos solucionar nada. Por eso, no se trata de no pensar en ello, sino de procurar hacer caso a la frase: “Ocúpate, no te preocupes.”
Estamos llegando al final del año litúrgico, y la Palabra de Dios nos recuerda que estamos pendientes de una prueba y del resultado que salga de dicha prueba: Mirad que llega el día… (1ª lectura). No somos eternos, como a veces parece que pensamos: ni nosotros ni lo que nos rodea, ni nuestro mundo, ni el universo; así lo expresaba Jesús en el Evangelio: Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.
Más pronto o más tarde, tendremos que presentarnos ante el Padre para mostrarle cómo ha ido este tiempo de “prueba” que es nuestra vida, y qué resultado hemos sacado de ella. Y esta certeza nos puede llenar de preocupación, y nos surgen las preguntas, como a los que escuchaban a Jesús en el Evangelio: ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Y caer en dos extremos: o bien decidimos no querer pensar en ello, como si así no fuera a sucedernos, o bien empezar a darle vueltas a la cabeza, y a preocuparnos, y a angustiarnos.
Pero hoy es como si Jesús también nos dijera: “Ocúpate, no te preocupes”. Porque la certeza de que un día tendremos que presentarnos ante el Padre no ha de ser motivo de preocupación y angustia: Cuidado con que nadie os engañe… no vayáis tras ellos. Que nadie nos engañe con visiones terroríficas, pretendiendo que tengamos miedo a Dios: no tengáis pánico…
Para el momento de esa prueba ante Dios, no debemos preocuparnos (Haced propósito de no preparar vuestra defensa) pero sí ocuparnos: ocuparnos durante nuestra vida en permanecer unidos a Cristo, para que Él pueda darnos palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario. ¿Qué debemos hacer, mientras esperamos el día de la prueba, para ocuparnos y no preocuparnos, y ofrecer buenos resultados? Lo hemos escuchado en la 2ª lectura: algunos creían que el fin del mundo era inminente, y por eso habían dejado de cumplir su trabajo y tareas, y por eso san Pablo les recomienda, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan. La certeza de que un día pasaremos a la presencia del Padre no es excusa para que nos desentendamos de nuestras responsabilidades y nuestro compromiso con los demás; al contrario, hay que “trabajar con tranquilidad”, ocuparnos en lo cotidiano, perseverando en las circunstancias que se presenten, pero “ocupados” en permanecer en todo momento unidos al Señor. Entonces superaremos la prueba y daremos el resultado que Dios espera de nosotros: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
¿Pienso alguna vez en esa “prueba final” que debo pasar, presentándome ante el Padre? ¿Lo vivo con preocupación y angustia, o con confianza? ¿Cómo me ocupo, cuáles son mis compromisos, mis tareas… para que me “salga bien el resultado” de la prueba?
Está finalizando el año litúrgico, la semana que viene con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, pondremos punto final. Mientras llega el día, aprovechemos bien este tiempo de que disponemos, que no sabemos cuánto será, ocupándonos y no preocupándonos, trabajando con tranquilidad, como decía san Pablo, con la confianza puesta en Cristo y en su Palabra, para cumplir lo que hemos pedido en la oración colecta de la Eucaristía: vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a Ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero.
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