Hoy es martes, 26 de noviembre.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 21, 5-11):
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.»
El evangelio de hoy nos habla de tiempos difíciles, de destrucción y de conflicto. Pero más allá de los avisos y de las señales, hay una invitación de Jesús a fiarnos de él. En las dificultades, cuando las cosas no vayan bien, continúo fiándome de Dios. ¿Siento que me acompaña?
Muchas voces ofrecen hoy soluciones rápidas y alternativas a los problemas personales, a los conflictos sociales. La respuesta de Jesús, sin embargo, es sencilla. Perseverar, es decir, continuar buscando el reino de Dios y su justicia, con confianza y mirando por los más débiles. Me dejo ilusionar por esa invitación, esa llamada a la esperanza.
Jesús invita a velar y continuar trabajando por el reino. Pero quienes le siguen piden señales, gesto para poder mantener viva su pobre fe. Miro a mi vida y me pregunto qué es lo que mantiene despierta mi relación con Dios. Trato de hacerme consciente de las señales de la presencia de Dios, que me encuentro cada día.
Vuelvo a leer el texto, como si yo también le pidiera a Jesús señales o seguridades. Escucho en su respuesta la invitación a fiarme sólo de él, a confiar sólo en él.
Ahora, desde lo que siento, puedo comunicar al Señor mi confianza en él. Y también sentir cómo me lleva de la mano. Puedo compartir mis soledades y mis dudas, y quizá sentir cómo el sufrimiento se convierte en promesa. Dejo hablar al corazón, sin muchas palabras, con sencillez, sabiendo que el Señor escucha y me atiende.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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