Hoy es domingo, 10 de noviembre.
Me dispongo para la oración como quien estrena vida. Respiro suavemente, siento los latidos de mi corazón y me siento disponible para recibir a Dios, en su palabra. Quiero percibirle con claridad y dejarme encontrar por él. Espíritu de Jesús resucitado, abre mi corazón a la sorpresa de la hora. Este ahora que el Padre me invita a vivir con sabor de eternidad.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 20, 27-38):
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob." No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
Contemplar esta escena, un poco desconcertante, me regala la oportunidad de mirarme ante el estilo fascinante del maestro. Él, bordeando una pregunta absurda, me adentra en el misterio de Dios, que late y se expresa en todo y me invita a vivir la eternidad en medio del tiempo que pasa.
Quizás pueda intuir el motivo que lleva a los saduceos a hacer una pregunta sin sentido. Ya que no creen en la resurrección. Pero sobretodo puedo dedicar un momento a conectar con las cuestiones absurdas, con las que a veces yo intento manipular la palabra de Dios para mi prestigio o provecho, por mi búsqueda de gratificación o mi necesidad e impresionar.
Si me atrevo ahora con la respuesta de Jesús, puedo escuchar: todos están vivos para mi Padre. Dejo que vengan a mi memoria algunos casos en los que Jesús me ha dejado caer en la cuenta, de los engaños que me llevaban a desperdiciar mi preciosa vida o me bloqueaban para abrirme al poder vital del Dios. Y me pregunto: ¿no será que en vivir para él y gastar la vida al servicio de mis hermanos está la plenitud de mi existencia? ¿Lo creo de verdad?
De nuevo acojo su mensaje en el silencio sagrado de mi corazón. Ahora puedo dejar que suenen especialmente las palabras. Es un Dios de vivos, amigo de la vida. Para el todos están vivos.
Soy hijo e hija de Dios,
desde ya participo en la resurrección...
porque a Dios no se le mueren sus hijos
y Jesús no pierde a ninguno de sus amigos. Descanso en sus manos maternales,
y siento que son buenas manos.
Abandono en ellas mis tristezas por el pasado
y mis ansiedades por el futuro.
Me centro en el presente,
noto que se diluyen mis miedos
y se ilumina mi fe en el amor ilimitado de Dios, un amor que rebasa cualquier barrera temporal:
creo, Señor, en la vida después de la muerte
y para siempre, sencillamente porque confío en ti.
desde ya participo en la resurrección...
porque a Dios no se le mueren sus hijos
y Jesús no pierde a ninguno de sus amigos. Descanso en sus manos maternales,
y siento que son buenas manos.
Abandono en ellas mis tristezas por el pasado
y mis ansiedades por el futuro.
Me centro en el presente,
noto que se diluyen mis miedos
y se ilumina mi fe en el amor ilimitado de Dios, un amor que rebasa cualquier barrera temporal:
creo, Señor, en la vida después de la muerte
y para siempre, sencillamente porque confío en ti.
Julia Blázquez
Sintiendo el abrazo de amor de un Dios que todo lo abarca, termino este rato de oración y doy gracias a Jesús por su tiempo y su paciencia. Seguramente se ha reforzado la certeza de que Dios es Dios de vivos y ama a vivir cada instante de vida resucitada. Y esto me ha hecho crecer en confianza. Presento al Señor los deseos que han brotado en mí. Y pido al Espíritu que me acompañe para aceptar e irradiar su presencia cotidianamente en solidaridad con las personas a las que les resulta más doloroso vivir.
Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, en la vida y en la muerte, somos del Señor… en la vida y en la muerte, somos del Señor…
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