Es fácil trasladar esta parábola de Jesús a una escena contemporánea. Digamos que hay un juez que debe decidir la expropiación de una vivienda. La demandante, una viuda, que está desamparada, le escribe dos o tres cartas cada día, un par de correos electrónicos, hace innumerables llamadas telefónicas, pone un sinfín de faxes, y sus amigos de la plataforma antidesahucios hacen varios «scratch» para apoyarla y pedir justicia. Cuando él trata de salir de casa o de su lugar de trabajo, ella o quienes la apoyan le está esperando con un cartel que dice: «Estoy esperando». Finalmente el juez no puede aguantar más a esta viuda impertinente, y sin analizar siquiera el caso, decide concederle todo lo que quiere.
Identificarse (en la medida de lo posible) con la situación de esta mujer, me suscita algunos puntos para la meditación y la oración personal:
+ Aquella mujer continúa orando e insistiendo como una forma de permanecer en sus «derechos» pisoteados, sin rendirse, ni conformarse con la situación. La persistente queja fortalece su interior para seguirlo intentando, para que la injusticia que le afecta termine de una vez. Aunque no consiguiera nada.
+ La «queja», el «grito», la «protesta», la «denuncia» son también modos de orar. Hay situaciones vitales en las que no sale del corazón sino el grito, la protesta airada, el clamor. Muchos seres humanos casi sólo pueden expresarse así. Este modo de orar nos lo enseñan personajes bíblicos como Job pidiendo explicaciones por todas sus desgracias, o el propio Moisés cuando se queja del pueblo que Dios le ha encomendado conducir. Incluso el Magníficat de María podría leerse en esta clave. Por no nombrar tantos Salmos. Es éste un modo poco acostumbrado de orar. A pesar de que la Liturgia de las Horas es una continua invitación a orar desde el «pellejo» del enfermo, del perseguido, del tratado injustamente... Podría ser hoy una buena oportunidad para hacer nuestra oración desde las víctimas del tifón de Filipinas, de tantos parados y desahuciados sin ayudas, de tantos mayores con las pensiones recortadas, de...
+ No es infrecuente que algunos hermanos, después de mucho orar e insistirle a Dios esperando su ayuda, su justicia... sin ver aparentes resultados... acaben renunciando a la oración... y por lo tanto a la fe: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Seguramente que detrás de muchas de las faltas de constancia en la oración personal y comunitaria, tengan algo que ver con esto: queremos eficacia, resultados, cambios en nuestra situación. Y es legítimo que lo esperemos. Pero la oración es también un modo de decirnos a nosotros mismos que queremos vivir nuestras desesperanzas «apoyados» en Dios, de la mano de Dios, para que la situación no nos pueda, a pesar de que todo siga igual. Esa fue de algún modo la oración del Hijo del hombre en vísperas de su Pasión. Oración que le ayudó a seguir adelante hasta el final, sin que se le ahorraran sufrimientos ni injusticias. Pero con una confianza inquebrantable en que, poniéndolo todo en sus manos, el Padre haría algo. Y ¡vaya si lo hizo! Esa es la resistencia, la paciencia, la perseverancia en la que tenemos que entrenarnos, a la que el propio Jesús nos invita en esta parábola.
+ La viuda de la parábola ora esperando «justicia». Me temo que no es muy frecuente entre nosotros, en la oración personal y comunitaria, orar por la justicia que a tantos les falta. Salvo cuando esa «injusticia» nos afecta personalmente. Pero Jesús dice que esa oración es finalmente escuchada, y que debemos insistir en pedirla. Para nosotros... y para los que la sufren. Me invito a mí mismo, y humildemente también a ti, a tener esto en cuenta, y a poner, si es posible, rostro concreto a tantos que en nuestra tierra -a veces muy cerca de nosotros-, han convertido su «grito» en «grito silencioso»... por falta de fuerzas para reclamar que alguien les escuche.
Enrique Martínez cmf
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