Hoy es domingo, 27 de octubre.
Encuentro hoy, en el fin de semana, este rato de oración. Lo aprovecho para presentarle al Señor lo que tengo y lo que soy. Me siento a sus pies. Dejo que sus manos me acaricien y que su voz me envuelva, haciendo que desaparezca todo lo que me inquieta o me preocupa. En esta posición agachada, humilde, me dispongo a escuchar lo que el Señor quiere decirme. Señor, vengo a estar contigo, contigo que conoces el fondo de mi alma, lo hondo de mi ser.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 18, 9-14):
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.” El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Contemplo al fariseo. La persona que se ensalza a sí misma, pone las fuerzas en ella, cumple con la ley y quiere que eso sea recompensado. Se compara con otras personas. Juzga a los demás. Los desprecia porque no hacen lo que tienen que hacer y de esta manera se coloca en una posición de superioridad ante los demás. ¿Me reconozco a veces con esta actitud?
Contemplo ahora al publicano. Es consciente de que él solo no puede, que tiene limitaciones y necesita del perdón de los demás y la misericordia del Padre. Y sólo desde ahí abajo se puede abrir de verdad al encuentro. Sólo desde el reconocimiento del que tiene limitaciones y necesita de la gracia de Dios. Y yo ¿siento viva esa necesidad de Dios que sostenga mi vida y mi limitación?
Una vez más la lógica de Jesús me sorprende. Y como en otros pasajes del evangelio, Jesús me invita a no juzgar a los demás. A no tirar la primera piedra, sino a reconocer mis pecados, a sentir que es mi debilidad la que me acerca a Dios. Siento que me invita a confiar plenamente en Dios desde lo que realmente soy y no desde la apariencia del que cumple. ¿Es mi oración una muestra de confianza absoluta en la misericordia del Padre?
A continuación rezo despacio la oración que Jesús nos enseñó, el Padre nuestro. Es de algún modo la oración del publicano, que se sabe necesitado de perdón, de ayuda, de protección. Trato de detenerme en cada frase o en las palabras que más resuenan en mí. Me hago consciente de que necesito pedirle todo cuanto me hace feliz, los dones de cada día, misericordia para mí y para los demás. Que no caiga en la tentación y que se haga su voluntad.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Humíllate conmigo
Tú, Jesús humilde,
nunca me has dicho:
Humíllate ante mí,
dobla la cabeza,
el corazón, la vida,
y esparce sobre tu rostro
luto y ceniza.
Tú me propones:
Levanta la mirada,
y acoge la dignidad de hijo
en toda tu estatura.
Humíllate conmigo
y vive en plenitud.
Bajemos juntos
a la hondura sin sol
de todos los abismos,
para transformar
los fantasmas en presencia
y los espantos en apuesta.
Únete a mi descenso
en el vértigo y el gozo
de perdernos juntos
en el porvenir de todos
sin ser un orgulloso inversor
de éxitos seguros.
Tú, Jesús humilde,
nunca me has dicho:
Humíllate ante mí,
dobla la cabeza,
el corazón, la vida,
y esparce sobre tu rostro
luto y ceniza.
Tú me propones:
Levanta la mirada,
y acoge la dignidad de hijo
en toda tu estatura.
Humíllate conmigo
y vive en plenitud.
Bajemos juntos
a la hondura sin sol
de todos los abismos,
para transformar
los fantasmas en presencia
y los espantos en apuesta.
Únete a mi descenso
en el vértigo y el gozo
de perdernos juntos
en el porvenir de todos
sin ser un orgulloso inversor
de éxitos seguros.
Benjamín González Buelta, sj
Jesús, quiero vivir en tu verdad. Quiero sentir la libertad, la paz y el amor que me regalas. Deseo que tu mirada atraviese mi alma y desnudara ante ti cada rincón de mis entrañas. Enséñame a abrazar mi debilidad. Ayúdame a reconocerme en mi pecado y dame la gracia de tener misericordia con los demás. Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, esta petición: Oh Dios, ten piedad de este pecador…; Oh Dios, ten piedad de este pecador…
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