“¡¡¡En marcha!!!”. Así traduce la Biblia que tengo delante las palabras con que Jesús incita a los suyos para que se dispersen en misión. Las palabras de Jesús discurren entre las dificultades (“Como corderos en medio de lobos”) y la esperanza (“El Reino de Dios está llegando”).
El estilo misionero de Jesús tiene sus luces, que nada tienen que ver con las fuerzas mundanas. Primero, la pobreza: “No llevéis bolsa ni alforjas”. Luego viene el compartir: unos llevan el mensaje, otros ofrecen morada y pan. Y el mensaje es la paz; la paz que evoca todos los bienes, desde la bondad de Dios hasta la justicia entre los hombres. No podía faltar lo que Jesús hizo toda su vida: curar, sanar, consolar.
Al enviado siempre le persigue el riesgo del rechazo a su persona y a su mensaje. Qué le vamos a hacer. Somos enviados por él. Él sabrá, y en sus manos nos ponemos. Y nos quedamos pacificados.
Este es nuestro destino. Jesús nos llama, el Espíritu nos unge y el Padre nos quiere. Somos misioneros. El Señor quiere hacer a través de nosotros. Entonces tenía a los setenta y dos discípulos; a lo largo de la historia y hoy tiene a muchos que quieren responder a su llamada.
El Reino ya está entre nosotros. Nosotros no lo hacemos, lo anunciamos y trabajamos en su construcción. Esta seguridad de la presencia del Reino nos colma de esperanza y de entusiasmo, a pesar de tantas señales del antirreino.
Y nos gozamos en nuestro anuncio: “Decid primero Paz a esta casa”. En un mundo de rencores, de violencia, de desamor, los cristianos ponemos paz, reconciliación, perdón. Nada menos.
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