Una de las aspiraciones de algunos jóvenes de ambos sexos es “ser modelo”, ser una de esas personas de buena figura que en tiendas, pasarelas o revistas de modas se ponen los vestidos, trajes, joyas y otros artículos para que la gente los compre. Para ello, requieren a agencias de modelos, que se encargan de recoger sus datos y ofrecerlos a las empresas que buscan modelos; esos datos hacen referencia a la altura, peso, color de pelo y ojos… es decir, a lo exterior, a lo que se va a ver. A veces, los propios modelos cuentan que no habían pensado en dedicarse a ello, pero que un día, por la calle alguien, un “cazatalentos”, se les acercó y les hizo saber: “Tú sirves para esto, tú puedes ser modelo”, porque donde otros no ven nada de particular, los que son entendidos en el tema sí que saben ver las posibilidades que esa persona encierra para ser modelo.
Tras escuchar la Palabra de Dios de este domingo, podríamos decir que Dios ha abierto una “Agencia de Modelos”, pero no modelos de moda, sino modelos en el sentido primero de la palabra: Arquetipo o punto de referencia para imitarlo o reproducirlo. Dios nos ofrece a personas que, por sus características, son para nosotros puntos de referencia para vivir mejor nuestra fe.
Sin embargo, la Palabra de este domingo también nos muestra que esos “modelos” no son los que quizá nosotros, de entrada, hubiéramos elegido, porque no parecen muy recomendables; en la 1ª lectura, el pueblo pronto se han desviado del camino que yo les había señalado… es un pueblo de dura cerviz…; en la 2ª lectura, san Pablo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento; y en el Evangelio hemos visto que se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores, y decían de Él: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Si sólo nos fijásemos en los datos externos, como los que facilitan las agencias, podríamos pensar: “Vaya modelos, éstos no nos sirven”.
Pero la “Agencia de Modelos” de Dios no sólo nos ofrece datos externos; afortunadamente la mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón (1Sm 16, 7), y por eso envía “cazatalentos” que saben ver las posibilidades que las personas encierran, aunque otros no las vean, para ser modelos de fe.
Así, en la 1ª lectura, Dios, utilizando un lenguaje amenazante, provoca que Moisés se dé cuenta por sí mismo y transmita su convicción que ese pueblo de dura cerviz, a pesar de sus infidelidades, “tiene posibilidades” y podrá ser modelo de fe para otros. Y siempre apostará por ese pueblo.
Y el gran “Cazatalentos” es Jesús; Él no se fija en las aparentes virtudes de los fariseos y los letrados, sino en las posibilidades de esos publicanos y pecadores que se acercaban a escucharlo. Y por eso propone las parábolas de la oveja perdida y de la moneda perdida: donde otros no se esforzarían en buscar, puesto que “aún quedan noventa y nueve ovejas, aún quedan nueve monedas”, el “Cazatalentos” va tras la oveja descarriada, busca con cuidado esa moneda en concreto, y cuando las encuentra está muy contento y por eso dice: así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, porque para Él tienen muchas posibilidades y no se pueden dejar perder.
Y por eso san Pablo se ofrece como modelo, no porque se crea mejor o con más méritos que otros, sino porque, plenamente consciente de su pasado, puede decir: se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él.
¿Alguna vez, al ver modelos de moda, he pensado: “no sé qué tiene de especial”? ¿Quiénes son mis modelos de fe? ¿Por qué? ¿Tengo esa mirada de Dios que sabe ver más allá de las apariencias? ¿Alguna vez alguien en la Iglesia me ha dicho: “Tú sirves para esto”? ¿Cómo reaccioné, me lo creí?
Jesús, el “Cazatalentos”, sigue haciéndose el encontradizo para sorprendernos en nuestra vida cotidiana y decirnos: “Tú puedes ser modelo”, aunque tengamos un pasado, aunque otros no lo piensen así. La experiencia de san Pablo puede repetirse en nosotros si, como él, somos humildes para reconocer que si Dios nos lo dice no es porque seamos mejores que otros, sino porque somos plenamente conscientes de que, Él sabrá por qué, Cristo Jesús nuestro Señor me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio, y cuenta con nosotros para todos los que creerán en él por nuestro testimonio.
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