Cuentan de un camarero torpe que quería servir las mesas llevando entre sus manos los platos, cubiertos, el agua, el salero, el aceite y el vinagre, bajo un brazo llevaba el mantel, bajo el otro el pan y con la barbilla pinzaba las servilletas. Cuando un colega le vio le recomendó coger una bandeja para hacer el servicio, y el camarero le respondió, “y con qué mano la cojo”.
Esto sucede cuando se quiere servir a las personas y a Dios pero no se tienen las ideas claras sobre lo que más ayuda. Nos atolondramos.Queremos hacerlo todo deprisa y nos olvidamos de lo fundamental que es seguir a Jesús no sólo sirviendo, sino sirviendo a su manera. Si estamos demasiado ocupados con las cargas que llevamos no quedará sitio para un encuentro amable con aquellos a los que queremos servir. Jesús no nos pide soltarlo todo ni cargar todo en nuestro camino hacia los demás, sino aprender a llevar la bandeja de la oración donde situar nuestros pesares y donde podemos encontrar aquello que el otro más necesita de nosotros.Sin ella, nos puede ocurrir como a los discípulos que buscando alojamiento para el maestro, y siendo rechazados, desearon que un rayo partiera en dos a los que no los acogían. Cuando Jesús, que en nuestro cuento es como el jefe de los camareros, los reprendió por ello no fue sólo porque el cliente siempre tenga la razón, sino porque les quedaba mucho que aprender en la manera que él tenía de servir las mesas. Un servicio sin descanso, centrado en alimento verdadero del Reino de Dios, y que sólo mira a quien sirve. Un restaurante, el de Jesús, en el que siempre llega gente hambrienta, siempre hay mesas libres y en la puerta cuelga un cartel “se necesita personal”.
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