La historia del encuentro “virtual” de Jesús con el centurión romano tiene varios vértices escandalosos: a) el centurión ha construido una sinagoga; b) los judíos de renombre son amigos suyos (o sea, colaboracionistas con el régimen de ocupación); c) no está muy clara la relación entre el centurión y su criado; d) en ningún momento el centurión se presenta a Jesús, se sirve de intermediarios: los dirigentes judíos y unos amigos.
La reacción de Jesús se desarrolla según un guión imprevisto y desconcertante, que rompe con el esquema habitual de los milagros: a) no entra en relación directa con el enfermo; b) accede a la petición de los dirigentes judíos y posteriormente a la de los amigos; c) alaba la fe del centurión, un no judío al que se le podía acusar de varias cosas.
Si la conducta de Jesús nunca nos sorprendiera, si Jesús no nos escandalizara alguna vez, ¿podríamos tener la certeza de estar ante el Jesús real?
Jesús siempre desconcierta y rompe nuestros esquemas fijos que buscan seguridades incluso en nuestra relación con Dios. La fe del centurión va más allá de los esperado. Jesús no es unicamente un médico extraordinario, Jesus actua con la autoridad de Dios y por ello no necesita tocar para sanar de raíz.
Por eso el centurión del evangelio es modelo de relación con Dios. Sabe ponerse en su lugar de siervo, sabe confiar en el poder infinito de Dios manifestado en Jesús. Cuando nos pasan desgracias en nuestra vida ¿sabemos pedir con humildad? ¿sabemos hacer vida las palabras del centurión y que repetimos cada día en la eucaristía "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, perouna palabra tuya bastará para sanarme"?
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