La señal del cristiano es bendecir siempre
Leer este Evangelio pudiera constituir un inconsciente mecanismo de defensa. Puede ser que nuestro vivir esté muy lejos de tanta finura y exigencia; pero parece que, con solo proclamarlo, nos toca su grandeza humana y cristiana; nuestra mediocridad queda un tanto velada por el hecho mismo de proponerlo a los demás. “Defendemos con ahínco lo que no llevamos a las obras”.
Es un texto subversivo: cambia de raíz los esquemas del corazón humano. La secuencia es tumbativa: se nos exhorta con rotundidad: amad, bendecid, orad. En seguida, es presentado el objeto de la bendición: nuestros enemigos, los que nos odian y los que nos maldicen. Finalmente, ofrece las promesas de Dios: seremos, así, hijos del Altísimo. La motivación queda apuntada; lo contrario también lo hacen los pecadores y, sobre todo, es lo que hace nuestro Dios, que “es bueno con los malvados y desagradecidos”.
Estas palabras son muy exigentes. El perdón es la guinda del amor. La medida sobrepasa el humano sentido: “Como yo os he amado”. Este amor posee unas calidades altísimas: no tiene fronteras o limitaciones, no pone condiciones, no espera nada a cambio; aquí no se puede colar el egoísmo, la vanidad, la Ley de Talión (ojo por ojo) que, con frecuencia, está agazapada en nosotros. Esta doctrina pretende cambiar el mundo a golpe de amor. Responder al enemigo con odios y violencia multiplica el mal y crea la “espiral” de violencia. Solo la gratuidad, como Dios, más allá de la justicia humana, logrará la reconciliación de los hombres. Existe un punto claro que o lo ocultamos o lo negamos abiertamente; no es necesario que se nos pida perdón para que nosotros tengamos que otorgarlo: “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos”.
Hoy, celebramos la fiesta del nombre de María, nombre santo y maternal. Como canta la liturgia, el Padre ha querido “que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de los fieles; estos la contemplan confiados, como estrella luminosa, la invocan como madre en los peligros y en las necesidades acuden seguros a ella”.
Hoy, celebramos la fiesta del nombre de María, nombre santo y maternal. Como canta la liturgia, el Padre ha querido “que también el nombre de María estuviera con frecuencia en los labios de los fieles; estos la contemplan confiados, como estrella luminosa, la invocan como madre en los peligros y en las necesidades acuden seguros a ella”.
Conrado Bueno, cmf
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