30 agosto 2013

Ser o no ser del Catequista

Se excusan algunos diciendo que no están preparados para ser catequistas, pero que les gustaría serlo. Es una objeción razonable.
De todas formas, nunca estaremos preparados para ser catequistas ideales. No existen los catequistas ideales, como no existen los padres ideales. Existen los catequistas reales, con sus virtudes y sus lagunas. Lo cierto es que nos vamos haciendo poco a poco. Basta un mínimo de responsabilidad. Y sobre todo, tienes que tener presente que ser catequista es una vocación, no un capricho o un gusto personal. Ser catequista es una consecuencia de tu vocación cristiana, de tu bautismo.

1 El catequista conoce a cada uno por su nombre
Aprendiendo el nombre y llamando a cada uno por el nombre desde la primera reunión, el catequista da a entender que cada persona es importante y que quiere entablar con cada uno una relación personal. "Yo soy el Señor que te ha llamado por tu nombre" (Is 45,3).

2 El catequista hace lo posible por conocer y hablar con los padres de los niños o adolescentes del grupo
Conocer el contexto en el que la persona vive nos lleva a entender mejor determinadas cosas, actitudes, palabras, modales... y también esto evitará juicios rápidos y, en ocasiones, peyorativos.

3. El catequista procura que cada uno se sienta a gusto.
Son importantes las palabras que el catequista dice a la persona singular. Hay detalles que indican mucha atención y esmero en el trato, como cuando un catequista pregunta algo tan sencillo como: "¿Qué tal va tu catarro?".

4 El catequista da confianza
No se trata sólo de inspirar confianza, sino de darla, de repartir responsabilidades pequeñas o grandes a los miembros del grupo.

5 El catequista valora a cada persona
Toda persona humana es sensible a los detalles de valoración que se tienen con ella. «Fíjate, se acordó de mi santo». «Fíjate, vino a verme, me llamó». «He dicho una cosa en el grupo y me ha dicho: 'muy bien'».

6 El catequista anima a intervenir
"Parece que quieres decir algo". "Vamos a dar una oportunidad para que intervengan, si quieren, aquellos a los que no les hemos dejado intervenir los que hablamos mucho". Fuera del grupo, el catequista se puede acercar a los más silenciosos y decirles: "Yo sé que tienes muchas cosas bonitas que decir. ¿Te puedo ayudar a decirlas? ¿Te gustaría exponerlas? ¿Te gustaría que me dirigiera a ti y te invitara a decir tu opinión alguna vez? ¿Cómo lo hacemos?".

7 El catequista cuida muy mucho el hacer juicios de valor sobre las personas
En general, las personas cuando nos sentimos juzgadas (en especial si el juicio es negativo) nos cerramos y aislamos o por dentro decimos: "Ahora te vas a enterar de quién soy yo". Una postura diversa es la cercanía y comprensión. Por ejemplo: "Entiendo muy bien que tengas dificultad en creer que Jesús resucitó. No es fácil lo central de la fe cristiana. Te entiendo. Podemos seguir, de todas formas, intentando abrirnos a este misterio".

8 El catequista respeta el "santuario sagrado" del otro
El catequista sabe ser discreto y no pide ni exige confidencias más allá de lo que el otro libremente quiera decirle. La libertad y la intimidad de cada persona son siempre sagradas, tenga la edad que tenga el otro. "Voy a hacer una pregunta importante, pero no hay que responder nada. Es sólo para ayudarte a pensar. Si alguno quiere hablar. .. Pero antes tiene que pensárselo mucho".

9 El catequista se presenta como persona positiva
Es cierto que no todo es bueno, ni lo fue en otros tiempos, en nuestros días. Pero hay muchas cosas buenas. Uno que anuncia el Evangelio de Jesús y la resurrección de Jesús no puede ser una persona pesimista, que todo lo ve negro o sólo ve lo negro... ¿Cómo es posible creer en el Reino de Dios y ser pesimista? "Mi Padre sigue trabajando y yo también trabajo" (Jn 5, 17).

10 El catequista es persona de palabra
Cuando el catequista promete o se compromete a una cosa lo hace. Si no ha podido, pide disculpa y sabe disculpar a los miembros del grupo. Es importante que los miembros del grupo descubran que se les toma en serio y que no se tienen dos varas de medir, una para el catequista y otra para ellos.

RECUERDA

- Acoger a cada uno como es.
- Conocer su nombre y, en la medida de lo posible, su historia.
- Situarte ante él de manera positiva: "En esta persona Dios está ya, tiene impresa su huella en lo más profundo de ella. Dios quiere ser más conocido y amado".

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