29 agosto 2013

Reflexión

A lo largo de los evangelios encontramos un buen número de escenas en las que Jesús se sienta a la mesa y comparte  la comida. Invitado por diversos personajes (fariseos, pecadores públicos, discípulos, amigos...) la comensalidad de Jesús es una  expresión típica de la invitación a entrar en comunión de vida y misión con Él, de fraternidad universal, de unión íntima con el Padre.
Los capítulos 14-15 de Lucas están situados en torno a la mesa, al banquete. Tanto el marco literario («entró en casa de uno de los principales fariseos para comer»), como el narrativo («cuando te conviden a un banquete;... cuando des una comida»; la parábola de la gran cena; el banquete con que se cierra la parábola del hijo pródigo), ambientan una serie de enseñanzas de Jesús en forma de parábola, estructuradas en una especie de tríptico: palabras dirigidas a los fariseos y escribas, después se dirige a la gente, y concluye dirigiéndose, nuevamente, a los escribas y fariseos.
La curación de un hombre en sábado, en el marco de la comida en casa del fariseo, introduce estas dos parábolas (14,7-11. 12-14). Más que de parábolas sensu stricto, sería mejor hablar de “sentencias sapienciales, alegorías, proverbios”, en forma de parábola. Están construidas en una misma estructura en forma de paralelismo antitético, donde la segunda parte completa, en positivo, lo dicho en forma negativa en la primera parte: «cuando te inviten... no te coloques en el primer puesto... cuando te inviten... siéntate en el último puesto...; cuando des un banquete... no invites a los amigos... cuando des un banquete... invita a los pobres...».
Las dos parábolas se inician con una reflexión en torno a las “normas de conducta en la convivencia social”: sobre el puesto que a cada uno le corresponde en un banquete, o, sobre las personas a quienes se debe invitar cuando se da una fiesta. ¿Cómo se debe comportar una persona “bien educada” en su relación con los demás? No como aquellos invitados, a quienes critica por su tendencia a ocupar los primeros puestos.
No obstante, Jesús va más allá de una enseñanza sobre el comportamiento moral en la sociedad. El proverbio central de la perícopa («el que se humilla...») es la clave de interpretación del conjunto. El Reino de Dios (simbolizado en el banquete) supone la inversión de los valores que son considerados, humanamente, normales. En línea con toda la predicación de Jesús, en la relación con Dios, lo importante no son los primeros puestos, sino la libertad interior que lleva a ponerse al servicio de los demás.
La novedad del Reino exige un comportamiento que refleje la actuación de Dios: su amor desinteresado. Y la muestra de este amor es la acogida y preocupación por los pobres («lisiados, cojos y ciegos»). El amor que no calcula, que evita la desigualdad y la discriminación, que no espera reciprocidad, es la propuesta subversiva del Reino de Dios. Serás feliz si tu comportamiento es reflejo del actuar de Dios.
Óscar de la Fuente

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