LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA ALIANZA
En la Eucaristía Jesús nos entrega su cuerpo y su sangre a través del pan y del vino consagrados. Esto merece una explicación de términos. En la cultura hebrea cuerpodesigna a la persona humana como epifanía del YO personal, que se hace presente socialmente a los demás y perceptible por ellos en su individualidad histórica. Sangre es el motor y símbolo de la vida del individuo; y en cuanto derramada de forma violenta, remite a su proyecto de vida, por el que, según otros, merece morir.
Aplicando estos conceptos a la Eucaristía, podemos decir que Cristo, nos entrega realmente su persona individual con la corporeidad asumida en su encarnación; pero también se actualiza su proyecto de hombre al servicio del reinado de Dios, por el que, según el régimen oficial establecido, mereció morir.
La Eucaristía adquiere así dos aspectos indisolublemente unidos: uno, másestático, destaca la presencia real de la persona de Jesús, al que corresponde nuestra adoración; otro, más dinámico, destaca la alianza entre Dios y los hombres, que exige la fidelidad mutua; la de Dios está garantizada de antemano; la del hombre está realizada “sacramentalmente” en Jesús; el creyente debe participar de ella con su vida.
Mi comentario se centra preferentemente en este segundo aspecto de la Eucaristía sobre la base de 1 Cor 11,23-26.
I. La Eucaristía como memorial de Jesús. El relato de la institución eucarística de Pablo recoge las palabras que Jesús repite dos veces al repartir el pan y la copa: Haced esto en memoria mía (1 Cor 11,24s). En la tradición cultual judeocristiana hacer memoria es mucho más que evocar o recordar con un acto meramente interior; supone además una actualización objetiva con gestos y palabras del acontecimiento salvífico que se conmemora. Y a este ritual le cuadra mejor el nombre de memorial (anámnêsis).Gracias a él, el mismo acontecimiento salvífico, único en la historia (Heb 7,27; 9,26), se actualiza en el aquí y ahora de la celebración para otros destinatarios.
En términos generales el objetivo del memorial eucarístico es Jesús mismo: memoriamía o de mí. La cena de despedida sintetiza globalmente toda su vida terrena con su mensaje y sus consecuencias trágicas. Pero su mandato (haced esto) se refiere en particular a la repetición ritual de sus gestos y palabras en ese momento a saber:
1. Tomó el pan y pronunció la Acción de Gracias. La acción de gracias va dirigida a Dios. Con ella Jesús supone que el pan y el vino no son propiedad del hombre, sino de Dios y, por tanto, su don gratuito. Este reconocimiento es el requisito para que estos alimentos, indispensables en la mesa de los pobres, puedan ser repartidos y lleguen a todos los necesitados (cf. Lc 9,16, evangelio de hoy).
2. Lo partió (el pan), sin duda para repartirlo entre todos. El gesto responde a la costumbre judía de empezar la comida familiar partiendo el cabeza de familia el pan con las manos (sin cuchillo). Y es tan gráfico, que los primeros cristianos dieron a la celebración eucarística el nombre de la Fracción del Pan (Act 2,42). Pero en el caso de Jesús adquiere otras evocaciones:
- Si el pan que entrega es ya su cuerpo, partirlo con cierta violencia es un gesto simbólico que nos introduce en la noche de la traición, el ámbito sacrificial de su pasión, en el que va a ser sometida su persona inmediatamente. Partirse es la condición requerida para poder repartirse después.
- El pan que partimos es comunión en el cuerpo de Cristo (1 Cor 10,16). La fracción de un solo pan, para compartirlo entre todos, es el símbolo y la causa fundamental de la unidad comunitaria en la persona de Cristo.
La ocasión del texto: corregir los abusos en la celebración
II. La Eucaristía como alianza se destaca precisamente en el ofrecimiento de la copa de vino: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. En sentido bíblico laalianza entre Dios y su pueblo no es un contrato entre dos partes iguales, sino el tratado de un soberano, que con su vasallo. El primero promete ciertos beneficios; el segundo se compromete con un juramento de fidelidad. La diferencia entre ambos salta a la vista. El primero, Dios, actúa desde una autoridad suprema e incondicional; el cumplimiento de su promesa está garantizado de antemano; y su oferta, absolutamente gratuita, procede de su amor leal. El segundo, el hombre, actúa desde su inferioridad, porque carece de títulos jurídicos para exigir la promesa o ponerle condiciones; y sólo le queda la alternativa de aceptar la alianza con gratitud y cumplirla con lealtad, o rechazarla con ceguera y desobediencia.
Esa alianza es nueva, porque viene a sustituir a la antigua. La diferencia entre ambas radica principalmente en el sello de la sangre que las ratifica. La primera tuvo lugar con un pueblo particular, Israel, y fue sellada con la sangre de novillos, con la que Moisés roció al altar y al pueblo en señal de comunión con Dios. Entonces el pueblo prometiócumplir todo lo que había dicho el Señor, la Ley (Ex 24,1-8). Pero la historia posterior demostró que no lo hizo. La antigua alianza fue un fracaso por la infidelidad de Israel.
La alianza definitiva entre Dios y el hombre se proyecta ahora en Jesús hacia el universalismo sin fronteras y está sellada con su propia sangre, la del Hombre-Dios.
Gracias a la humanidad de Cristo la fidelidad del hombre a la alianza queda garantizada en uno de nuestra especie de varias formas:
- en su totalidad, hasta la sangre; sin escatimar en el cumplimiento ni siquiera su propia vida;
- en su ejemplaridad. La muerte cruenta de Jesús es el paradigma al que debe acomodarse el resto de los hombres en la observancia del pacto con Dios; pero ahora, no por la fuerza jurídica de la Ley, sino por el seguimiento de Jesús en el amor;
- en su eficacia, suficiente para liquidar un pasado pecaminoso de infidelidades. Los textos de la institución eucarística lo expresan con fórmulas parecidas, en las que destacan las preposiciones POR y PARA: Jesús entrega su cuerpo en el pan y derrama su sangre en la copa por muchos (todos), por vosotros, para el perdón de los pecados, para la vida del mundo (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,26; Jn 6,51).
En resumen, celebrar la Eucaristía es
- En cuanto memorial, entrar en comunión con la persona de Jesús, como Dios entre nosotros;
- En cuanto alianza, participar de su fidelidad como Hombre-Dios, asumiendo sus mismos compromisos por el reinado de Dios.
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