En este tiempo de Adviento estamos reflexionando acerca de lo que, según una encuesta de un programa religioso de COPE, puede ser la mayor aportación de la Iglesia en este tiempo de crisis, que es testimoniar la esperanza cristiana, más allá de cualquier situación económica. Porque en este tiempo de crisis no sólo económica, en el que tanta desesperanza y ansiedad se siente y se vive, los que somos y formamos la Iglesia estamos llamados a dar testimonio de “la esperanza que no defrauda” (cfr. Rm 5, 5), y el tiempo de Adviento es un tiempo apropiado para ello. Y desde que comenzó la crisis económica, hemos escuchado decir a representantes políticos de diferentes signos que ya se vislumbran brotes verdes, o la luz al final del túnel, o que dentro de un plazo más o menos próximo la situación ya habrá mejorado… pero no sentimos mucha esperanza al oírlos.
Sin embargo, hoy la liturgia nos hace una fuerte llamada a la esperanza, a
testimoniar la esperanza cristiana más allá de cualquier situación económica. En la oración colecta hemos pedido que cuando
salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo, que las preocupaciones y problemas no nos impidan prepararnos para el encuentro con el Dios que nace; y en la 1ª lectura hemos escuchado:
despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da. ¿Cómo “despojarnos de los vestidos de luto y aflicción, cuando son tantos los problemas, la incertidumbre, los casos de personas conocidas que están pasando situaciones realmente graves? Y la Palabra de Dios, como siempre, viene en nuestra ayuda.
En el Evangelio hemos escuchado varias indicaciones. La primera que, parafraseando el comienzo del Evangelio, donde dice emperador Tiberio, Poncio Pilato gobernador, Herodes virrey… nosotros podríamos decir: “En el año 37 del reinado de Juan Carlos I, siendo Presidente del Gobierno Mariano Rajoy, y “X” Presidente de la Comunidad autónoma”, y situarnos en este tiempo.
La segunda indicación es que, del mismo modo que Juan, hijo de Zacarías, en el desierto, recorrió toda la comarca del Jordán predicando un bautismo de conversión, nosotros, hijos de nuestro padre y nuestra madre, también debemos hacer como él y en el desierto, preparar el camino del Señor. En el desierto social, cultural, económico, político y religioso, quienes somos y formamos la Iglesia debemos invitar a preparar el camino del Señor, y así todos verán la salvación de Dios que tanto necesitamos.
Y cuando no encontremos motivos para preparar esos caminos, hemos de recordar y dejar patente que es el camino del Señor, que nuestra esperanza no se funda en nosotros mismos, que no nos estamos anunciando a nosotros mismos ni a nuestros proyectos, sino a Dios. Esto es lo que debemos vivir y transmitir, y para ello, pedir para los demás lo que pedía San Pablo en la 2ª lectura: ésta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad… Desde la oración, pedir que sepamos penetrar la realidad para ser sensibles a los signos de Dios y así prepararle el camino para que todos puedan descubrir su presencia entre nosotros. Y en esa preparación del camino encontraremos razones para tener y transmitir la misma confianza de San Pablo: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.
A la hora de testimoniar la esperanza cristiana, ¿cómo he de preparar yo, “hoy” el camino del Señor en este Adviento? ¿En qué “desiertos” me siento llamado a predicar esa esperanza? ¿Qué “vestidos de luto y aflicción” debería quitarme yo, y debería quitarse la sociedad? ¿Comparto la confianza de San Pablo en que Dios llevará adelante su empresa buena? ¿Me acuerdo en la oración de otros para que también crezcan en penetración y sensibilidad para descubrir los signos de Dios?
Para testimoniar la esperanza cristiana más allá de cualquier situación económica, tengamos presente y hagamos nuestra la oración colecta de la Eucaristía de hoy: cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo. Aunque nos sintamos metidos de lleno en el desierto, que eso no nos impida seguir preparando “hoy” el camino del Señor, porque Él viene ahora a nuestro encuentro, en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino.
Fuente: Alforjas de Pastoral
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