Hoy celebramos en Valladolid la fiesta de nuestro santo Patrón: San Pedro Regalado. Aquí os dejamos la vida de este Santo, para muchos, desconocida:
Fraile franciscano, nacido en Valladolid, en 1391. Se distinguió por su gran espíritu de penitencia y por las gracias místicas. Juntamente con fray Pedro de Villacreces inició en España la reforma de la Orden, la cual se fusionó en 1430 con los Observantes. Murió en Aguilar en 1456. — Fiesta: 30 de marzo.
Hoy, a pesar de los esfuerzos de los historiadores para iluminar y poner en evidencia las causas que motivaron ciertos estados de cosas, resulta casi inconcebible para nuestra mentalidad actual la situación de relajamiento de la disciplina y costumbres clericales, a que en algunos períodos de la historia ha permitido Dios se llegara.
Pero, la presencia constante del Espíritu Santo en la Iglesia no ha dejado jamás de suscitar, en cada uno de los momentos difíciles, almas generosas, dispuestas a ofrendar sus vidas en una labor, con exigencias heroicas la mayoría de veces, en pro del restablecimiento de la más estricta observancia.
Y esta vez, quiso el Señor que le tocara emprender una dura tarea de reforma, al buen fraile franciscano Pedro de Villacreces, con sesenta años y con fama de santo en los conventos de la Orden; el cual, juntándose con fray Pedro Regalado, que sólo contaba quince, pero ya con fama de muchacho inquieto, partió un día del convento de Valladolid con dirección a La Aguilera, pueblecito burgalés perdido en la llanura castellana, cerca de la ribera del Duero, con la santa intención de fundar allí un nuevo convento, que había de convertirse pocos años después en el principio de una auténtica renovación de la vida monástica de su tiempo.
Era un muchacho todavía, Pedro Regalado, cuando había ingresado en el convento de los franciscanos de Valladolid; contaba tan sólo trece años. Y no era aquella casa, precisamente, en aquel entonces, un modelo de observancia. Causas muy diversas habían producido aquella situación, que ciertos historiadores se complacen en pintar con los más negros colores. A las naturales consecuencias del cisma de Occidente, se había unido la gran peste de Europa, que había dejado despoblados los conventos, los cuales para ser llenados de nuevo, tuvieron que admitir a gentes sin preparación ninguna, que se convirtieron, a poco, en un desdoro para su Orden y para la Iglesia. Pero no faltaban hombres, como nuestros dos frailes, que se dolían profundamente de aquel desconcierto.
No conocemos muchos detalles de la vida de San Pedro Regalado; pero sí nos consta que, por su ejemplo, La Aguilera se convirtió muy pronto en la plasmación más auténtica de la vida religiosa franciscana.
El joven fraile, de la mano de su virtuoso maestro, aprende a recorrer los pueblos pidiendo y repartiendo limosnas. Es también sacristán y ayudante de la cocina del convento. Mas su cargo preferido es el de atender a los pobres que llaman a la puerta.
A los veintidós años, es ya ordenado sacerdote; y a los veinticinco, cuando Pedro de Villacreces abandona La Aguilera para fundar otra casa según el espíritu de la Reforma, en el Abrojo, se lo lleva consigo nombrándole maestro de novicios.
Fray Pedro Regalado enseña a sus hijos espirituales a cumplir estrictamente la regla, con una total entrega amorosa. Es hombre de grandes penitencias. Cuando predica, su ardiente palabra penetra en el alma de los fieles. Pronto se habla de milagros obrados por el humilde franciscano. Todo el mundo lo tiene por Santo.
La nobleza acude a él para pedirle consejo. El Abrojo, por su proximidad a Valladolid, es frecuentemente visitado incluso por personajes de la Corte. Pudo verse por allí al favorito Álvaro de Luna y al propio rey Don Juan II de Castilla. Pero el consiguiente ruido que tales visitas producían no agradaba a quien tenía por suprema ambición de su alma la unión con Dios y la más estrecha penitencia, para poder ser el orientador vivo de la deseada reforma.
En 1452, fallecido fray Pedro de Villacreces, sus hermanos en religión le colocan a la cabeza del movimiento reformatorio. Pronto irá creciendo el número de casas que se cobijarán bajo las santas directrices del Santo, las cuales han de ser, años después, el valioso fermento que ha de utilizar el gran Cardenal Cisneros, para decretar la renovación general de la Orden.
Su fama creció aún después de su muerte; no sólo el pueblo humilde y sencillo veneraba sus reliquias y su memoria, sino también lo más representativo de la vida española honró siempre con extraordinario fervor al modesto hijo de San Francisco.