28 abril 2012

Evangelio del día y reflexión, 28 abril




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo 
según san Juan 6, 60-69
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo ?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

Compartiendo la Palabra
Por Fernando Torres Pérez cmf
Termina una semana en que todos los días hemos visto a Jesús dialogando y discutiendo con los judíos. Todo a propósito de la multiplicación de los panes. A propósito del hambre. A propósito del salto de nivel que les pone Jesús por delante cuando les invita a comer del pan que es el mismo, a comer su carne y su sangre, a compartir su vida hasta el final. A hacer del pan que nos alimenta físicamente pan de fraternidad, pan que construya el reino y la justicia y el amor. Pan de Dios que da la Vida. La semana se ha ido haciendo entre declaraciones solemnes de Jesús y la dificultad de los que le escuchan para entender la novedad del mensaje. Pasa que todos estaban –estamos– preocupados por buscar el pan para mí, para los míos. Pasa que construimos fronteras para separar a los míos de los otros. Pasa que vemos a los otros como competidores, como enemigos. Y vienen los ejércitos y los derechos sobre los otros y la violencia y la muerte. Pasa que todos estamos envueltos por el miedo como si fuera una capa que no nos podemos quitar de encima y que nos impide ver la realidad tal como es. Jesús nos invita a salir de ese laberinto, a abrir los ojos y descubrir al otro como hermano. A compartir el pan y la vida. Y descubrir, con sorpresa y gozo, que, cuando se comparte el pan y la vida, el pan y la vida se multiplican, llegan para todos, se construye la fraternidad, el reino de Dios se hace patente. Todos formamos una sola familia. Pero se hace inevitable dar el paso. Salir del caparazón del miedo que pensamos que nos protege y que en realidad no hace más que ahogarnos, para tender la mano al otro y hacer eucaristía de la vida y vida de la eucaristía.
Los judíos no lo entendían. Los discípulos de Jesús tampoco lo tuvieron fácil. El modo de hablar de Jesús era duro. Les asustaba. Se sentían inseguros frente a su arriesgada propuesta: basar la vida en el amor y no en el odio ni la desconfianza. Por eso, muchos, asustados, lo dejaron. Sólo algunos fueron capaces de captar que en las palabras de Jesús estaba la vida, la verdadera vida, la vida en plenitud. Y optaron por seguirle.