Por Alesandro Pronzatto
Agradable retorno
No he podido por menos de lanzar un ¡oh! de satisfacción. ¡Finalmente ha vuelto! Se palpaba su falta, y lo esperaba desde hacía tanto tiempo... Estaba seguro de que, más tarde o más temprano, sería llamado a servicio.
El párroco, el domingo, lo ha acogido con todos los honores y nos lo ha presentado haciéndole un montón de elogios. La ocasión fue propiciada por esa frase de la Carta a los hebreos en la que se dice que «Cristo aprendió, sufriendo, a obedecer». Pero también por la imagen evangélica del grano de trigo que tiene que morir bajo tierra si quiere producir «mucho fruto». Después de estos preámbulos, el cura no ha dudado en desempolvar una palabra que parecía desaparecida del vocabulario religioso: sacrificio. Por muy paradójico que pueda parecer, ha sido una sorpresa verdaderamente alegre y una escucha -al menos por lo que a mí se refiere- agradabilísima. Si la señorita Margarita todavía estuviese entre nosotros, habría salido con una expresión suya característica: «Una verdadera gozada». No me gustan los aplausos en la iglesia, es más, no los soporto, y mucho menos con ocasión de un funeral. Pero el domingo me hubiera gustado aplaudir porque había que festejar la resurrección de una palabra que parecía definitivamente sepultada, sin muchas lamentaciones, pero que había sido llamada de nuevo a la vida, o mejor al servicio, con la convicción de que aún pueda dar «mucho fruto». Intento reproducir lo sustancial de la homilía de nuestro párroco, mezclando también mis consideraciones personales (no creo que le siente mal; en el fondo él ha sido quien ha estimulado estos pensamientos míos). Sigue leyendo...
No he podido por menos de lanzar un ¡oh! de satisfacción. ¡Finalmente ha vuelto! Se palpaba su falta, y lo esperaba desde hacía tanto tiempo... Estaba seguro de que, más tarde o más temprano, sería llamado a servicio.
El párroco, el domingo, lo ha acogido con todos los honores y nos lo ha presentado haciéndole un montón de elogios. La ocasión fue propiciada por esa frase de la Carta a los hebreos en la que se dice que «Cristo aprendió, sufriendo, a obedecer». Pero también por la imagen evangélica del grano de trigo que tiene que morir bajo tierra si quiere producir «mucho fruto». Después de estos preámbulos, el cura no ha dudado en desempolvar una palabra que parecía desaparecida del vocabulario religioso: sacrificio. Por muy paradójico que pueda parecer, ha sido una sorpresa verdaderamente alegre y una escucha -al menos por lo que a mí se refiere- agradabilísima. Si la señorita Margarita todavía estuviese entre nosotros, habría salido con una expresión suya característica: «Una verdadera gozada». No me gustan los aplausos en la iglesia, es más, no los soporto, y mucho menos con ocasión de un funeral. Pero el domingo me hubiera gustado aplaudir porque había que festejar la resurrección de una palabra que parecía definitivamente sepultada, sin muchas lamentaciones, pero que había sido llamada de nuevo a la vida, o mejor al servicio, con la convicción de que aún pueda dar «mucho fruto». Intento reproducir lo sustancial de la homilía de nuestro párroco, mezclando también mis consideraciones personales (no creo que le siente mal; en el fondo él ha sido quien ha estimulado estos pensamientos míos). Sigue leyendo...