Publicado por Entra y Veras
“Ninguna situación es permanente” Esta frase puede resultar una obviedad, una perogrullada o un consuelo para ilusos. Sin embargo, la percepción cambia cuando resulta que esta frase adorna las carrocerías de los maltrechos taxis de Freetown capital de Sierra Leona, el país más pobre del mundo. La esperanza de un cambio, de que por una vez la suerte les sonría, alienta su caminar diario.
Y hablando de romper fronteras situémonos en el evangelio de hoy. La primera lectura describemuy bien cuál era la situación de los que eran considerados impuros. Pero el leproso reconoce en Jesús la posibilidad de quedar sanado y en vez de anunciar su impureza, incumple la ley y se acerca a Jesús, que no reniega sino que se compadece y libera de la enfermedad. Aquí tenemos una contraposición más del mensaje que porta Jesús y el prescrito por los caciques de la época. Frente a quienes estaban obsesionados por mantenerse inmaculados y puros, las manos de Jesús rompen las distancias rituales y convierten el cuerpo en lugar de salvación. Si tocar hace a unos impuros, Jesús toca y transforma dejando a la impureza sin poder de contagio. La misericordia de Dios para con todos, y especialmente con los más débiles queda demostrada una vez más. Los cuerpos llenos de culpa se convierten en auténticos espejos del amor de un Dios que tiene permanentemente abierta la mano de la ternura. El amor, la libertad, la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Tendríamos que dar este paso si de verdad queremos seguir a Jesús con honestidad.
El reto de acabar con la injusticia, con la marginación clama cada vez con más fuerza en nuestros oídos y ante nuestros ojos. Como cristianos hemos de examinar muy bien nuestra conducta y ver si en nosotros hay un verdadero compromiso por la justicia y la humanización o aún seguimos viendo demasiados impuros en nuestro entorno. Para Jesús el impuro es el que desprecia y margina a un hermano. Seguimos justificando demasiados casos de marginación, a veces desde los púlpitos, por permanecer puros, con lo que nosotros y esta sociedad estamos bastante corrompidos.
Amar al hermano es conmoverse, hacerse próximo, abajarse, concretar el amor en gestos. La pretensión de Jesús no fue otra que reclamar y defender la dignidad de todas las personas. Esta opción liberadora le condujo irremediablemente a la muerte. Tenemos que asumir con fuerza la tarea, sirviendo al hombre y a la sociedad para contribuir a la construcción de una sociedad mucho más humana, que encuentra su concreción en la solidaridad con los empobrecidos y marginados que están entre nosotros y más allá de nuestras fronteras. Sin este compromiso honrado difícilmente podremos pronunciar la palabra “Dios” sin que se nos retuerza nuestro egoísmo y se nos trabe la lengua, pues no dejará de ser una palabra hueca.
No vale ya la solidaridad del sofá. No vale la lágrima compasiva que dura un telediario. No vale tranquilizar la conciencia a base de dinero; ni tampoco quedarnos sólo en la oración si está en nuestra mano hacer algo más. Nuestro compromiso cristiano tiene que pedirnos más. No tiene que ser un compromiso intermitente, a ritmo de tragedia o de telemaratón, o de fervorín, sino constante y consciente.
Depende de nosotros que el lema de los taxis de Freetown no se quede en una utopía de mentecatos. Vivamos desde hoy nuestro compromiso cristiano con radicalidad y fidelidad al Jesús crucificado. Dejémonos tocar y seamos capaces de comunicar la misma alegría que Jesús comunicó al leproso del evangelio. Será la única forma de que el sueño con un mundo mejor no se quede en el lema feliz de una campaña y se convierta en una realidad.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Y hablando de romper fronteras situémonos en el evangelio de hoy. La primera lectura describemuy bien cuál era la situación de los que eran considerados impuros. Pero el leproso reconoce en Jesús la posibilidad de quedar sanado y en vez de anunciar su impureza, incumple la ley y se acerca a Jesús, que no reniega sino que se compadece y libera de la enfermedad. Aquí tenemos una contraposición más del mensaje que porta Jesús y el prescrito por los caciques de la época. Frente a quienes estaban obsesionados por mantenerse inmaculados y puros, las manos de Jesús rompen las distancias rituales y convierten el cuerpo en lugar de salvación. Si tocar hace a unos impuros, Jesús toca y transforma dejando a la impureza sin poder de contagio. La misericordia de Dios para con todos, y especialmente con los más débiles queda demostrada una vez más. Los cuerpos llenos de culpa se convierten en auténticos espejos del amor de un Dios que tiene permanentemente abierta la mano de la ternura. El amor, la libertad, la salud, la alegría de vivir, también pueden contagiarse. Tendríamos que dar este paso si de verdad queremos seguir a Jesús con honestidad.
El reto de acabar con la injusticia, con la marginación clama cada vez con más fuerza en nuestros oídos y ante nuestros ojos. Como cristianos hemos de examinar muy bien nuestra conducta y ver si en nosotros hay un verdadero compromiso por la justicia y la humanización o aún seguimos viendo demasiados impuros en nuestro entorno. Para Jesús el impuro es el que desprecia y margina a un hermano. Seguimos justificando demasiados casos de marginación, a veces desde los púlpitos, por permanecer puros, con lo que nosotros y esta sociedad estamos bastante corrompidos.
Amar al hermano es conmoverse, hacerse próximo, abajarse, concretar el amor en gestos. La pretensión de Jesús no fue otra que reclamar y defender la dignidad de todas las personas. Esta opción liberadora le condujo irremediablemente a la muerte. Tenemos que asumir con fuerza la tarea, sirviendo al hombre y a la sociedad para contribuir a la construcción de una sociedad mucho más humana, que encuentra su concreción en la solidaridad con los empobrecidos y marginados que están entre nosotros y más allá de nuestras fronteras. Sin este compromiso honrado difícilmente podremos pronunciar la palabra “Dios” sin que se nos retuerza nuestro egoísmo y se nos trabe la lengua, pues no dejará de ser una palabra hueca.
No vale ya la solidaridad del sofá. No vale la lágrima compasiva que dura un telediario. No vale tranquilizar la conciencia a base de dinero; ni tampoco quedarnos sólo en la oración si está en nuestra mano hacer algo más. Nuestro compromiso cristiano tiene que pedirnos más. No tiene que ser un compromiso intermitente, a ritmo de tragedia o de telemaratón, o de fervorín, sino constante y consciente.
Depende de nosotros que el lema de los taxis de Freetown no se quede en una utopía de mentecatos. Vivamos desde hoy nuestro compromiso cristiano con radicalidad y fidelidad al Jesús crucificado. Dejémonos tocar y seamos capaces de comunicar la misma alegría que Jesús comunicó al leproso del evangelio. Será la única forma de que el sueño con un mundo mejor no se quede en el lema feliz de una campaña y se convierta en una realidad.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)