Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 13-19
Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce, a los que les dio el nombre de Apóstoles, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Queridos amigos y amigas:
Del relato evangélico de hoy resaltamos en color rojo un dato: el irresistible atractivo que Jesús ejercía sobre las gentes, en particular sobre indigentes, pecadores y necesitados. Acudían a él de todas partes y en tal cantidad que, como dice el evangelista, llegaban a poner en riesgo su integridad física. Invito a los amables lectores, en esta Semana de la Unidad que celebramos, a orar expresando nuestro deseo de ser arrastrados por esa misma corriente magnética. Es una bendición más que una conquista. Es don del Espíritu que nos arrastra hacia Jesús. Solamente nos uniremos cuando volvamos a Él.
• Tal vez para muchos el primer movimiento que les empuja al encuentro con Jesús venga motivado por una necesidad, un problema, un punto de no retorno, incluso un pecado…, propios o de alguien muy cercano. Jesús jamás desprecia a nadie que se le acerca. Su acogida es incondicional. No se necesita ser perfecto para ir a buscarle. Hasta el mal puede ser un buen punto de arranque para iniciar una aventura… Carlos de Foucauld la empezó con esta sencilla oración: “Jesús, si tú existes, haz que te conozca”…
• Tras el primer paso de búsqueda, se deben depurar las motivaciones. Acerquémonos a Jesús con rectas intenciones. Antes de buscar nuestras ventajas, vayamos a conocerle más de cerca y con más detalle; y de reconocer los lugares donde se hace presente para frecuentarlos. Entre personas es natural y conveniente conocerse mutuamente. Para conocer a Jesús hay que quitarse las máscaras. El solo se da a conocer a los humildes, a los que anteponen la verdad a las apariencias y, por eso, miran a los ojos.
• El fruto del conocimiento es la amistad. Al conocer a Jesús, se despierta el amor. Uno llega a ser su amigo. La amistad añade sentimiento al conocimiento. Conociendo más se ama mejor. El amor es reconocible. No es una experiencia que pase inadvertida. Uno de los signos de verdadero amor a Jesús consiste más en darle que en recibir de Él. No se trata de mera renuncia, sino de capacidad de poner a Jesús por delante del ego; no como obligación impuesta sino como aspiración elevada.
• Y el amor es unitivo, busca la compañía permanente. Los amigos de Jesús son los que le acompañan siempre y se identifican con su manera de pensar y obrar. Acompañar a Jesús implica pues cercanía afectiva y movimiento en la misma dirección y a la misma velocidad a la que él se mueve.
Hoy pediremos al Espíritu de Dios que impulse en nosotros esos cuatro movimientos: buscar, conocer, amar y acompañar al Buen Pastor. Y que Él nos reúna en un solo rebaño.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Compartiendo la Palabra
Por Juan Carlos Martos, cmf
Por Juan Carlos Martos, cmf
Queridos amigos y amigas:
Del relato evangélico de hoy resaltamos en color rojo un dato: el irresistible atractivo que Jesús ejercía sobre las gentes, en particular sobre indigentes, pecadores y necesitados. Acudían a él de todas partes y en tal cantidad que, como dice el evangelista, llegaban a poner en riesgo su integridad física. Invito a los amables lectores, en esta Semana de la Unidad que celebramos, a orar expresando nuestro deseo de ser arrastrados por esa misma corriente magnética. Es una bendición más que una conquista. Es don del Espíritu que nos arrastra hacia Jesús. Solamente nos uniremos cuando volvamos a Él.
• Tal vez para muchos el primer movimiento que les empuja al encuentro con Jesús venga motivado por una necesidad, un problema, un punto de no retorno, incluso un pecado…, propios o de alguien muy cercano. Jesús jamás desprecia a nadie que se le acerca. Su acogida es incondicional. No se necesita ser perfecto para ir a buscarle. Hasta el mal puede ser un buen punto de arranque para iniciar una aventura… Carlos de Foucauld la empezó con esta sencilla oración: “Jesús, si tú existes, haz que te conozca”…
• Tras el primer paso de búsqueda, se deben depurar las motivaciones. Acerquémonos a Jesús con rectas intenciones. Antes de buscar nuestras ventajas, vayamos a conocerle más de cerca y con más detalle; y de reconocer los lugares donde se hace presente para frecuentarlos. Entre personas es natural y conveniente conocerse mutuamente. Para conocer a Jesús hay que quitarse las máscaras. El solo se da a conocer a los humildes, a los que anteponen la verdad a las apariencias y, por eso, miran a los ojos.
• El fruto del conocimiento es la amistad. Al conocer a Jesús, se despierta el amor. Uno llega a ser su amigo. La amistad añade sentimiento al conocimiento. Conociendo más se ama mejor. El amor es reconocible. No es una experiencia que pase inadvertida. Uno de los signos de verdadero amor a Jesús consiste más en darle que en recibir de Él. No se trata de mera renuncia, sino de capacidad de poner a Jesús por delante del ego; no como obligación impuesta sino como aspiración elevada.
• Y el amor es unitivo, busca la compañía permanente. Los amigos de Jesús son los que le acompañan siempre y se identifican con su manera de pensar y obrar. Acompañar a Jesús implica pues cercanía afectiva y movimiento en la misma dirección y a la misma velocidad a la que él se mueve.
Hoy pediremos al Espíritu de Dios que impulse en nosotros esos cuatro movimientos: buscar, conocer, amar y acompañar al Buen Pastor. Y que Él nos reúna en un solo rebaño.