Queridos padres:
Baltasar, Gaspar y yo estamos sorprendidos con vosotros. Hemos recibido miles de cartas pidiéndonos todo tipo de juguetes y cacharros. Estáis atiborrando a los niños de cosas superfluas, de regalos inútiles que dejarán abandonados en cualquier rincón en cuanto se pase el primer calentón de la novedad. Permitidnos que os recordemos los regalos que realmente necesitan vuestros hijos.
En primer lugar, lo que más necesitan los niños es amor. Debéis achucharlos, besarlos, abrazarlos, acariciarlos. Y todo ello sin medida. Sin amor, los niños no pueden crecer ni madurar. Pero cuidado; no confundáis amor con sensiblería barata, amar no significa consentirlo todo, cumplir todos los caprichos o dejarse chantajear por sus pataletas. Eso sería malcriarlos.
Amar significa también establecer límites, enseñarles a distinguir lo que está bien y lo que no, lo que se puede y debe hacer en cada momento y lo que no se puede consentir. Amar también es castigar cuando es preciso.
Y esto enlaza con la segunda necesidad básica de todo niño: educación. Ésa es la mejor herencia que podéis dejarles. Hay que enseñarles a comportarse en cada circunstancia. Tenéis que decirles cómo deben comer, cómo usar los cubiertos, cómo vestir o cómo hablar en cada ocasión.
Y, sobre todo, debéis enseñarles a respetar a los demás, y eso implica que aprendan a cuidar el trato con los adultos y, especialmente, con sus profesores. A ver si desterramos de una vez esa falsa idea de que todos somos iguales. Todos somos iguales ante la ley y poco más.
No es lo mismo tratar con el Rey o con un obispo, que con un amigo de juegos, y eso hay que enseñárselo a los niños de pequeños; igual que deben aprender que la porquería no se tira al suelo o que no se debe escupir ni blasfemar.
Debéis enseñarles las normas de urbanidad y buena educación en casa. Vuestra responsabilidad no la podéis delegar en nadie. Y para educarlos correctamente se empieza predicando con el ejemplo: vosotros, los padres, sois el ejemplo que seguirán vuestros hijos. No lo olvidéis.
Debéis enseñarles también que su futuro depende de ellos mismos y de su esfuerzo, y que los sueños sólo se consiguen mediante sacrificio, porque las cosas importantes de la vida nadie se las va a regalar.
Por eso tenéis el deber de educar su voluntad para que sepan cuáles son sus obligaciones y las cumplan en cada momento. Debéis inculcarles que en la vida hay que hacer cosas que muchas veces no nos apetecen ni nos gustan, pero que son necesarias.
Lo bueno no siempre es lo que me gusta, y lo bueno (estudiar, por ejemplo) hay que hacerlo aunque suponga un esfuerzo. Por supuesto, también tenéis que recompensarles por el trabajo bien hecho, y para ello no siempre es necesario vaciar la cartera. A veces una felicitación cariñosa, un abrazo o un “estoy muy orgulloso de ti” vale más que todo el oro del mundo.
¿Queréis que sean buenos estudiantes y que disfruten leyendo? Pues ponedles un libro en la mano desde que son bebés. Estimuladlos. Primero serán libros de dibujos y fotos con palabras; libros de cartón duro que puedan manipular sin romperlos. Luego llegará el momento de los cuentos y más tarde de las novelas.
Pocas cosas unen más a un hijo con su padre que la lectura compartida de un libro. Primero los padres les leemos, luego llegará el momento de que lea un rato papá y otro el niño. Al final, el niño leerá solo y además disfrutará haciéndolo.
Mi hijo y yo disfrutamos leyendo los primeros libros; ahora ya los lee él (los Reyes Magos no estamos solteros y también tenemos hijos, ¿qué os creíais?).
Por último, lo mejor que podéis regalar a vuestros hijos es vuestro tiempo y vuestras personas. Debéis ayudarlos a hacer sus deberes. ¿Para qué os vale dedicar tanto tiempo al trabajo si os perdéis lo más importante: la infancia de vuestros pequeños?
Los niños os necesitan a su lado. Necesitan que los acostéis con un cuento y un beso, y los despertéis con un abrazo. Que les digáis a diario lo mucho que los queréis, que respetéis sus horarios, que juguéis con ellos; que os inventéis historias, que os disfracéis de ogros y les hagáis cosquillas, que os los comáis a besos.
Bueno, ya me he pasado; pero, por favor, recordadlo siempre: amad a vuestros hijos, educadlos y regaladles vuestro tiempo. Ellos os lo agradecerán algún día. Y si no, ¿qué importa?
A fin de cuentas, habréis cumplido con vuestra obligación de padres, que es una de las cosas más importantes y bonitas que puede hacer alguien en este mundo. Y eso llenará vuestra vida de felicidad y de sentido.
Atentamente, Melchor, rey.