Yo te saludo, María, porque el Señor está contigo: en tu casa, en tu calle, en tu pueblo, en tu abrazo, en tu seno. Yo te saludo, María, porque te turbaste –¿quién no lo haría ante tal noticia?– mas enseguida recobraste paz y ánimo y creíste a un enviado cualquiera. Yo te saludo, María, porque preguntaste lo que no entendías –aunque fuera mensaje divino– y no diste un sí ingenuo ni un sí ciego, sino que tuviste diálogo y palabra propia. Yo te saludo, María, porque concebiste y diste a luz un hijo, Jesús, la vida; y nos enseñaste cuánta vida hay que gestar y cuidar si queremos hacer a Dios presente en esta tierra. Yo te saludo, María, porque te dejaste guiar por el Espíritu y permaneciste a su sombra, tanto en tormenta como en bonanza, dejando a Dios ser Dios y no renunciando a ser tú misma. Yo te saludo, María, porque abriste nuevos horizontes a nuestras vidas, fuiste a cuidar a tu prima, compartiste la buena noticia, y no te hiciste antojadiza. Yo te saludo, María. ¡Hermana peregrina de los pobres de Yahvé, camina con nosotros, llévanos junto a los otros y mantén viva nuestra fe! |