La figura de Juan el Bautista, "testigo de la luz", nos recuerda una vez más que todo creyente, si lo es de verdad, está llamado a dar testimonio de su fe. "A nuestra Iglesia le sobran papeles y le faltan testigos". Tal vez, con estas expresivas palabras se apuntaba uno de los problemas más cruciales del cristianismo actual.Durante muchos años han seguido funcionando entre nosotros los mecanismos que tradicionalmente servían para "transmitir" la fe. Los padres hablaban a los hijos, los profesores de religión a sus alumnos, los catequistas a los catequizandos, los sacerdotes a los seglares. No han faltado palabras. Pero, tal vez, ha faltado testimonio, comunicación de experiencia, contagio de algo vivido de manera honda y entrañable.
Durante estos años muchos se han preocupado del posible quebranto de la ortodoxia y del depósito de la fe. Y necesitamos, sin duda, cuidar con fidelidad el mensaje del Señor. Pero nuestro mayor problema no es probablemente el depósito de la fe sino la vivencia de esa fe depositada en nosotros. Otros se han preocupado más bien de denunciar toda clase de opresiones e injusticias. Por un momento parecía que por todas partes surgían nuevos "profetas". Y cuánta necesidad seguimos teniendo de hombres de fuego que proclamen la justicia de Dios entre los hombres. Pero, con frecuencia, junto a las palabras, han faltado testigos cuya vida arrastrara a las gentes. Tal vez, lo primero que nos falta para que surjan testigos vivos es "experiencia de Dios". Karl Rahner pedía hace unos años que "hemos de reconocer de una vez la pobreza de espiritualidad" en la Iglesia actual. Nos sobran palabras y nos falta la Palabra. Nos desborda el activismo y no percibimos la acción del Espíritu entre nosotros. Hablamos y escribimos de Dios pero no sabemos experimentar su poder liberador y su gracia viva en nosotros. Pocas veces vivimos la acogida de Dios desde el fondo de nosotros mismos y, por tanto, pocas veces llegamos con nuestra palabra creyente al fondo de los demás. Creyentes mudos que no confiesan su fe. Testigos cansados, desgastados por la rutina o quemados por la dureza de los tiempos actuales.
Comunidades que se reúnen, cantan y salen de las iglesias "sin conocer al que está en medio de ellos". Sólo la acogida interior al Espíritu puede reanimar nuestras vidas y generar entre nosotros "testigos del Dios vivo".
Durante estos años muchos se han preocupado del posible quebranto de la ortodoxia y del depósito de la fe. Y necesitamos, sin duda, cuidar con fidelidad el mensaje del Señor. Pero nuestro mayor problema no es probablemente el depósito de la fe sino la vivencia de esa fe depositada en nosotros. Otros se han preocupado más bien de denunciar toda clase de opresiones e injusticias. Por un momento parecía que por todas partes surgían nuevos "profetas". Y cuánta necesidad seguimos teniendo de hombres de fuego que proclamen la justicia de Dios entre los hombres. Pero, con frecuencia, junto a las palabras, han faltado testigos cuya vida arrastrara a las gentes. Tal vez, lo primero que nos falta para que surjan testigos vivos es "experiencia de Dios". Karl Rahner pedía hace unos años que "hemos de reconocer de una vez la pobreza de espiritualidad" en la Iglesia actual. Nos sobran palabras y nos falta la Palabra. Nos desborda el activismo y no percibimos la acción del Espíritu entre nosotros. Hablamos y escribimos de Dios pero no sabemos experimentar su poder liberador y su gracia viva en nosotros. Pocas veces vivimos la acogida de Dios desde el fondo de nosotros mismos y, por tanto, pocas veces llegamos con nuestra palabra creyente al fondo de los demás. Creyentes mudos que no confiesan su fe. Testigos cansados, desgastados por la rutina o quemados por la dureza de los tiempos actuales.
Comunidades que se reúnen, cantan y salen de las iglesias "sin conocer al que está en medio de ellos". Sólo la acogida interior al Espíritu puede reanimar nuestras vidas y generar entre nosotros "testigos del Dios vivo".