Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 22-30
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?» Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y Él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y Tú enseñaste en nuestras plazas". Pero Él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».
A los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
Siempre me han dejado pensativo estas palabras de la carta a los Romanos (8, 28): "A los que aman a Dios todo les sirve para el bien". Me han venido a la memoria, como a tanta gente, cuando he encontrado alguna adversidad.
Pero es fácil intuir que hay algo más profundo en esa afirmación. Es una promesa consoladora y un encargo. "Los que aman a Dios colaboran activamente en función del bien". Trabajar por el bien encierra una gratificación que, en algún momento, aflora. Enlazando con las reflexiones de los dos días anteriores, trabajar por el bien es "dejarse llevar por el Espíritu", reconociendo este mundo fecundado por el Reino de Dios. Hemos sido escogidos para esta misión, como reflejos del Hijo, como hijos e hijas. Cada cual tiene la inmensa fortuna de mostrar el rostro de Dios, rostro de bien que anticipa el cara a cara con Él. Igualmente, todo el que se sabe hijo o hija de Dios anhela entrar en el banquete de su Reino, con el esfuerzo necesario, por el camino del don. En este anhelo se sitúa la pregunta sobre el número de aquellos que van a ser admitidos al banquete. Quizá fuera una duda normal en el contexto fariseo de aquel tiempo y se ha podido extender a otros tiempos. Incluso hoy puede haber quien busque una respuesta precisa para hacer cálculos sobre su salvación y la del resto de los mortales. Sin embargo, Jesús no da una solución matemática. La salvación no es cuestión estadística, para determinar quién queda incluido y quién excluido, por porcentajes o por aproximación. Jesús responde aludiendo al compromiso con una cruda seriedad, la de la "puerta estrecha". Parece como si Jesús quisiera espantar al curioso que le pregunta con malicia. Incluso se puede interpretar que Jesús quiere decir que serán pocos los que puedan salvarse. No. No echemos cuentas. Si no se entienden bien estos versículos de Lucas —o no se quieren entender—, acudamos a Mateo 25, 31-46 —juicio final— para comprender cómo se atraviesa —o no— la "puerta estrecha". Y también, personalizando la fe, a Mateo 7,5: "Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo”. Atravesar la "puerta estrecha" exige desprenderse de la viga o las vigas propias, que pesan y hacen tambalearse, que ciegan e impiden encontrar el quicio. La hazaña de cruzar esa "puerta", la suelen hacer algunos últimos, venidos de oriente y de occidente, del norte y del sur… ¿Serás tú de los primeros… que aman a Dios?
Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y Tú enseñaste en nuestras plazas". Pero Él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!" Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».
Compartiendo la Palabra
Por Luis Angel de las Heras, cmf
Por Luis Angel de las Heras, cmf
A los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
Siempre me han dejado pensativo estas palabras de la carta a los Romanos (8, 28): "A los que aman a Dios todo les sirve para el bien". Me han venido a la memoria, como a tanta gente, cuando he encontrado alguna adversidad.
Pero es fácil intuir que hay algo más profundo en esa afirmación. Es una promesa consoladora y un encargo. "Los que aman a Dios colaboran activamente en función del bien". Trabajar por el bien encierra una gratificación que, en algún momento, aflora. Enlazando con las reflexiones de los dos días anteriores, trabajar por el bien es "dejarse llevar por el Espíritu", reconociendo este mundo fecundado por el Reino de Dios. Hemos sido escogidos para esta misión, como reflejos del Hijo, como hijos e hijas. Cada cual tiene la inmensa fortuna de mostrar el rostro de Dios, rostro de bien que anticipa el cara a cara con Él. Igualmente, todo el que se sabe hijo o hija de Dios anhela entrar en el banquete de su Reino, con el esfuerzo necesario, por el camino del don. En este anhelo se sitúa la pregunta sobre el número de aquellos que van a ser admitidos al banquete. Quizá fuera una duda normal en el contexto fariseo de aquel tiempo y se ha podido extender a otros tiempos. Incluso hoy puede haber quien busque una respuesta precisa para hacer cálculos sobre su salvación y la del resto de los mortales. Sin embargo, Jesús no da una solución matemática. La salvación no es cuestión estadística, para determinar quién queda incluido y quién excluido, por porcentajes o por aproximación. Jesús responde aludiendo al compromiso con una cruda seriedad, la de la "puerta estrecha". Parece como si Jesús quisiera espantar al curioso que le pregunta con malicia. Incluso se puede interpretar que Jesús quiere decir que serán pocos los que puedan salvarse. No. No echemos cuentas. Si no se entienden bien estos versículos de Lucas —o no se quieren entender—, acudamos a Mateo 25, 31-46 —juicio final— para comprender cómo se atraviesa —o no— la "puerta estrecha". Y también, personalizando la fe, a Mateo 7,5: "Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo”. Atravesar la "puerta estrecha" exige desprenderse de la viga o las vigas propias, que pesan y hacen tambalearse, que ciegan e impiden encontrar el quicio. La hazaña de cruzar esa "puerta", la suelen hacer algunos últimos, venidos de oriente y de occidente, del norte y del sur… ¿Serás tú de los primeros… que aman a Dios?