23 octubre 2011

Evangelio del día, 23 octubre

Amad a Dios y a los hermanos
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?» Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Compartiendo la Palabra
Por José Antonio Pagola

TAMBIEN HAY OTROS PUEBLOS
Día del DOMUND

La vida del hombre ha ido adquiriendo dimensiones cada vez más universales. Todos vivimos mejor informados que nunca de los problemas que sacuden a los pueblos de la tierra. Y sin embargo, tenemos el peligro de vivir de manera excesivamente localista y con horizontes estrechos. Estamos viviendo con tal intensidad los problemas de nuestro pueblo, que podemos olvidar la trágica situación de tantos otros. Al sufrir en nuestro propio suelo la tragedia de la violencia, podemos permanecer insensibles a las guerras que destrozan a otros países. Amenazados gravemente por la crisis económica y sintiendo en nuestro propio hogar la plaga del paro, es fácil olvidar el hambre que asola al Tercer Mundo. Son tantas las necesidades que percibimos en nuestra propia iglesia que podemos olvidar nuestra solidaridad con otras iglesias más necesitadas y nuestra responsabilidad en impulsar la acción evangelizadora en el mundo entero. Hemos de descubrir con más claridad, que desde una fraternidad vivida desde la fe, no hay contradicción entre el amor al propio pueblo y la solidaridad con los demás pueblos de la tierra. Precisamente, cuando se ama de verdad al propio pueblo y se van sufriendo día a día sus luchas, decepciones, errores e incomprensiones, es entonces cuando se puede amar a otros pueblos maltratados, sintonizar mejor con sus problemas y solidarizarse con sus tragedias. Cuando uno sufre en su corazón de creyente la pobreza y las limitaciones de la propia iglesia, entonces puede entender y solidarizarse mejor con el esfuerzo de tantas iglesias desbordadas por la tarea evangelizadora. La celebración del DOMUND nos obliga a preguntarnos cuál es nuestra preocupación evangelizadora y como estamos viviendo la solidaridad con otros pueblos y otras iglesias. Pero no tendría sentido pretender colaborar a la evangelización universal con una aportación económica sin sentir la urgencia de participar responsablemente aquí en extender la fuerza liberadora del evangelio en nuestro propio entorno.
Un verdadero creyente es un hombre que sabe irradiar aunque sea de manera modesta y humilde la fe y la esperanza que animan su vida.