20 septiembre 2011

Evangelio del día, 20 de septiembre




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 8, 19-21

La madre y los hermanos de Jesús fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud. Entonces le anunciaron a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte».
Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».

Compartiendo la Palabra
Por Fernando Torres Pérez cmf

El texto evangélico de hoy es complicado. Da la impresión de que Jesús se había distanciado de su familia. Leyendo este breve texto nos imaginamos a Jesús en medio de mucha gente que le escucha con atención. Por la puerta del fondo se intentan acercar la madre y los hermanos de Jesús. Pero Jesús no les hace mucho caso.
Esta imagen está muy lejos de la más tradicional y dulcificada imagen de Jesús como un hijo modélico, con unas perfectas relaciones con sus padres. El texto, además, es complicado porque habla de los “hermanos” de Jesús, lo que en principio es incompatible con la virginidad de su madre y su carácter de hijo único.
La realidad es que nada en la vida suele ser sencillo. La realidad de la relación entre las personas suele ser complicada, compleja. Son procesos que necesitan tiempo. A veces, corremos el peligro de, teniendo sólo presente el final, olvidarnos de las etapas intermedias. La realidad es que María debió ser una mujer normal de aquellos tiempos. Probablemente tuvo que pasar por un largo proceso personal hasta entender la actitud y la forma de comportarse de Jesús. Como les pasa a muchos padres con sus hijos, seguramente María no entendió al principio a dónde quería ir Jesús.
Quizá esa fuese la razón por la que fue a buscarle acompañada del resto de su familia. Los biblistas nos dicen que los “hermanos” es una forma genérica de referirse a la familia de Jesús. En aquel tiempo las familias no eran como ahora: padre, madre e hijo (sólo a veces hijos). Lo normal era que viviesen juntos todos en torno al patriarca. Todos eran familia. Todos eran “hermanos”. Por eso, sus familiares fueron a buscar a Jesús.
Pero Jesús ya estaba en otra onda. Estaba ya en el reino de Dios. Esa era su familia: la de los hijos e hijas de Dios, la de los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica. Para que aprendamos que hay algo mucho más importante que la sangre. O, dicho de otra manera, que hay una sangre mayor y más fuerte, más original y vital: nuestro común origen en el Padre dios que nos creó. De ahí nace la verdadera fraternidad. María lo asimiló poco a poco.
Pero lo asimiló. Y, al final de la vida de Jesús, estuvo donde tenía que estar: al pie de la cruz y, más tarde, acompañando a los discípulos en la oración. ¿Y nosotros?