Son bastantes las personas que, a lo largo de estos años, se han ido alejando de Dios, casi sin advertir lo que realmente estaba ocurriendo en sus vidas.
Hoy Dios les resulta un «ser extraño». Cuando entran en una iglesia o asisten a una celebración religiosa, todo les parece artificial y vacío. Lo que escuchan se les hace lejano e incomprensible.
Tienen la impresión de que todo lo que está ligado con Dios es infantilismo e inmadurez, un mundo ilusorio donde falta sentido de la realidad.
Y, sin embargo, esas mismas personas en cuya vida apenas hay experiencia religiosa alguna, andan con frecuencia a la búsqueda de paz interior, de profundidad, de sentido. Más aún. Aunque ya no creen en «el Dios de su infancia», acogerían de nuevo a Dios si lo descubrieran como la Realidad gozosa que sostiene, alienta y llena todo de vida.
Pero, ¿se puede encontrar de nuevo a Dios una vez que la persona se ha alejado de toda religiosidad? ¿Es posible una experiencia nueva de Dios? ¿Por dónde buscar? Algunos buscan «pruebas». Exigen garantías para tener seguridad. Pretenden controlar a Dios, verificarlo, analizarlo, como si se tratara de un objeto de laboratorio. Pero Dios se encuentra en otro plano más profundo. A Dios no se le puede aprisionar en la mente. Quien lo busca sólo por la vía estrecha de la razón corre el riesgo de no encontrarse nunca con El. Dios es «el Misterio del mundo». Para descubrirlo, hemos de ahondar más. Precisamente por esto, algunos piensan que Dios no está a su alcance. Tal vez esté en algún lugar lejano de la existencia, pero habría que hacer tal esfuerzo para encontrarse con El, que no se sienten con fuerzas.
Sin embargo, Dios está mucho más cerca de lo que sospechamos. Está dentro de nosotros mismos. O lo encontramos en el fondo de nuestro ser o difícilmente lo encontraremos en ninguna parte.
Si yo me abro, El no se cierra. Si yo escucho, El no se calla. Si yo me confío, El me acoge. Si yo me entrego, El me sostiene. Si yo me dejo amar, El me salva. Tal vez la experiencia más importante para encontrar de nuevo a Dios es sentirse a gusto con El, percibirlo como presencia amorosa que me acepta como soy. Cuando una persona sabe lo que es sentirse a gusto con Dios a pesar de su mediocridad y pecado, difícilmente lo abandona. Recordemos las palabras de Jesús a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios... le pedirías de beber y él te daría agua viva». Muchas personas están abandonando hoy la fe sin haber saboreado a Dios. Si conocieran lo que es encontrarse a gusto con El, lo buscarían.
Hoy Dios les resulta un «ser extraño». Cuando entran en una iglesia o asisten a una celebración religiosa, todo les parece artificial y vacío. Lo que escuchan se les hace lejano e incomprensible.
Tienen la impresión de que todo lo que está ligado con Dios es infantilismo e inmadurez, un mundo ilusorio donde falta sentido de la realidad.
Y, sin embargo, esas mismas personas en cuya vida apenas hay experiencia religiosa alguna, andan con frecuencia a la búsqueda de paz interior, de profundidad, de sentido. Más aún. Aunque ya no creen en «el Dios de su infancia», acogerían de nuevo a Dios si lo descubrieran como la Realidad gozosa que sostiene, alienta y llena todo de vida.
Pero, ¿se puede encontrar de nuevo a Dios una vez que la persona se ha alejado de toda religiosidad? ¿Es posible una experiencia nueva de Dios? ¿Por dónde buscar? Algunos buscan «pruebas». Exigen garantías para tener seguridad. Pretenden controlar a Dios, verificarlo, analizarlo, como si se tratara de un objeto de laboratorio. Pero Dios se encuentra en otro plano más profundo. A Dios no se le puede aprisionar en la mente. Quien lo busca sólo por la vía estrecha de la razón corre el riesgo de no encontrarse nunca con El. Dios es «el Misterio del mundo». Para descubrirlo, hemos de ahondar más. Precisamente por esto, algunos piensan que Dios no está a su alcance. Tal vez esté en algún lugar lejano de la existencia, pero habría que hacer tal esfuerzo para encontrarse con El, que no se sienten con fuerzas.
Sin embargo, Dios está mucho más cerca de lo que sospechamos. Está dentro de nosotros mismos. O lo encontramos en el fondo de nuestro ser o difícilmente lo encontraremos en ninguna parte.
Si yo me abro, El no se cierra. Si yo escucho, El no se calla. Si yo me confío, El me acoge. Si yo me entrego, El me sostiene. Si yo me dejo amar, El me salva. Tal vez la experiencia más importante para encontrar de nuevo a Dios es sentirse a gusto con El, percibirlo como presencia amorosa que me acepta como soy. Cuando una persona sabe lo que es sentirse a gusto con Dios a pesar de su mediocridad y pecado, difícilmente lo abandona. Recordemos las palabras de Jesús a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios... le pedirías de beber y él te daría agua viva». Muchas personas están abandonando hoy la fe sin haber saboreado a Dios. Si conocieran lo que es encontrarse a gusto con El, lo buscarían.
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