II Domingo de Cuaresma (Mt 17,1-9) - Ciclo A
Por José Antonio Pagola
Por José Antonio Pagola
Los hechos más importantes de nuestra vida acontecen dentro de nosotros. En lo secreto del corazón, ante la mirada insondable de Dios. Ahí se recompone nuestro ser, tal vez roto y maltratado por la vida. Ahí se decide la orientación que queremos dar a nuestra existencia en un momento determinado. Ahí se despierta de nuevo la luz y el aliento para seguir caminando. Tarde o temprano, todos nos podemos ver sacudidos por la crisis. No sabemos exactamente lo que nos sucede, pero nos sentimos mal. La paz ha desaparecido de nuestro corazón. Nada logra iluminarnos por dentro. Nadie consigue alentarnos desde fuera. ¿Quién nos puede arrancar de «las tinieblas»? Hay algo de importancia suma dentro de toda crisis: nuestro deseo de encontrar paz, luz y vida. Todo nos está llamando a vivir. Lo que necesitamos es ir a lo esencial, dejando a un lado lo que tiene menos importancia o no nos hace bien. Necesitamos algo más: sentirnos «acogidos» de manera incondicional. Saber que, en el fondo de todo y a pesar de todo, Dios está protegiendo nuestra vida. Él nos acepta tal como estamos: con nuestra fragilidad, frustraciones, errores y heridas. Podemos confiar en él sin temor a ser juzgados o avergonzados. Dios no quiere vernos sufrir. Necesitamos, además, luz. Una luz que puede emerger precisamente con más hondura en esos momentos de sufrimiento interior. En la confusión o la huída de sí mismo no es posible gustar la paz. Sabernos acogidos por Dios nos puede ayudar a aceptarnos con nuestras sombras y heridas.
Consolados por la misericordia de Dios, podemos dejarnos iluminar hasta el fondo, reorientar nuestra vida e iniciar humildemente un camino más auténtico. Sin duda, hay personas que nos pueden ayudar mucho desde fuera con su acogida y su luz, pero nadie como ese Amigo y Maestro interior de vida, que es Jesús. El relato evangélico nos habla de unos discípulos que se sobrecogen y asustan al verse «envueltos en una nube» que lo oscurece todo. Pero, desde el interior mismo de la nube, escuchan una voz que los orienta hacia Jesús: «Éste es mi Hijo... escuchadle a él».
Consolados por la misericordia de Dios, podemos dejarnos iluminar hasta el fondo, reorientar nuestra vida e iniciar humildemente un camino más auténtico. Sin duda, hay personas que nos pueden ayudar mucho desde fuera con su acogida y su luz, pero nadie como ese Amigo y Maestro interior de vida, que es Jesús. El relato evangélico nos habla de unos discípulos que se sobrecogen y asustan al verse «envueltos en una nube» que lo oscurece todo. Pero, desde el interior mismo de la nube, escuchan una voz que los orienta hacia Jesús: «Éste es mi Hijo... escuchadle a él».
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