05 febrero 2011

Sin la conciencia tranquila


Por José Antonio Pagola

No hace falta ser experto en economía mundial para saber que, cada año que pasa, hay más pobres que son cada vez más pobres. En la actualidad se produce en el mundo un diez por ciento más de los alimentos que necesitamos para vivir y, sin embargo, mueren de hambre miles y miles de niños cada día y otros tantos adultos desnutridos. Es decir, la economía mundial está hoy organizada por las naciones progresistas de tal manera que, cada veinticuatro horas, produce unos 90.000 muertos. Jamás ha habido una guerra que se haya acercado, ni de lejos, a tal crueldad.
Las preguntas que nos podemos hacer son graves; ¿puede tener futuro un mundo así?, ¿puede vivir tranquila la Iglesia de Jesús en medio de una «organización» mundial que produce tanta muerte y tanto sufrimiento? Si la Iglesia dice que representa en el mundo a Jesús y su evangelio, ¿cómo tiene que reaccionar?, ¿qué tiene que hacer?, ¿qué está haciendo?.
En la Iglesia ha habido y hay muchas personas, grupos e instituciones que viven entregados a luchar por la vida y dignidad de los pobres; nunca les agradeceremos lo suficiente el testimonio que nos dan a todos. En la Iglesia hay un magisterio social valiente y progresista, que defiende los derechos y la dignidad de los pobres, reclama reformas profundas y audaces, y denuncia los atropellos contra los países más débiles e indefensos.
Todo esto es así y, sin embargo, no podemos vivir con la conciencia tranquila. Los pobres fueron para Jesús los preferidos, los más importantes, los primeros, ¿qué son para nosotros hoy? ¿Influyen algo en nuestra manera de entender a Dios, de interpretar el Evangelio, de configurar nuestra vida cristiana? Todos los domingos, millones de cristianos se reúnen en el mundo entero para celebrar la cena del Señor, ¿por qué esa Eucaristía no desencadena una solidaridad más audaz hacia el mundo pobre?
Sería un error olvidar la grave advertencia de Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» ¿Nos puede suceder hoy algo de esto?

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