PILA DE AÑOS
Se lo preguntaba estupefacta Mafalda a su padre al enterarse de que cumplía 40: ¿Qué pila de años decís que tenés…?
Al llegar un nuevo año solemos tomar mayor conciencia de esa dichosa pila que gravita sobre nosotros y buscamos cómo encajarlo mejor.
Podemos acudir a escapatorias como ésta de Cicerón que cita Fernando Savater en un artículo reciente: "¿Qué placeres físicos se pueden comparar con la autoridad que se adquiere con la edad?". Y contesta con guasa el autor: “Pues cualquiera, Marco Tulio, cualquiera y siempre con ventaja sobre ésta”.
Mejor orientar la búsqueda en otra dirección: “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 90,12), aconseja un salmista; pero el demasiado calcular y echar cuentas suele dar problemas.
Algo de eso debía pasarle al joven rico del Evangelio: acudió a Jesús preguntándole cómo podía conseguir una vida “eterna” porque, aunque tenía su fortuna en las Islas Caimán y un pingüe plan de pensiones, era consciente de que nada de eso le liberaba del miedo a una vejez desdentada y temblorosa.
A Jesús debió caerle bien aquel chaval majo y voluntarioso, así que le ofreció su propia fórmula antioxidante y revitalizante:
Sacúdete tus preocupaciones por conservar la juventud, déjaselas a los mercaderes que se dedican a vender remedios anti-edad.
Te propongo otro tesoro más allá de los espejos en que observas tus arrugas: ponte a caminar entre la gente cuyo problema no es envejecer, sino llegar a vivir.
Vente conmigo y deja que sea el Padre quien se ocupe de tus años: no te doy garantías sobre dónde vas a reclinar la cabeza cada noche, pero te aseguro que si vives así, vas a mantenerte forever young”.
La propuesta no dio buen resultado en aquella ocasión, pero dicen que hay gente entre nosotros que sí la ha aceptado y les va de maravilla.
Pásalo.
Dolores Aleixandre
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