Evangelio según San Mateo 5,38-48.
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Elredo de Rielvaux (1110-1167), monje cisterciense.
«Amad a vuestros enemigos»
Nada nos mueve tanto a amar a los enemigos, que es en lo que consiste la perfección de amor fraterno, como considerar con gratitud la paciencia admirable del «más bello de los hijos de los hombres» (Sl 44,3). Mostró su bello rostro a los impíos para que lo cubrieran de salivazos. Dejó que con una venda le taparan los ojos, éstos que, tan sólo con un signo, gobiernan el universo. Expuso su espalda a los latigazos... Su cabeza, ante la cual tiemblan los príncipes y los poderosos, la sometió a los pinchos de las espinas. Se entregó él mismo a las afrentas e injurias. Finalmente soportó pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel, el vinagre, manteniéndose, en medio de todo ello, lleno de suavidad y serenidad. «Como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca» (Is 53,7).
Al escuchar estas admirables palabras tan llenas de suavidad, de amor y de serenidad imperturbable: «Padre, perdónalos» (Lc 23,34) ¿quién podría añadir algo a la suavidad y a la caridad de estas palabras?
Y sin embargo el Señor todavía añadió alguna más, pues no se contentó con orar sino que quiso también excusar: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Sin duda que se trata de grandes pecadores, pero apenas tienen conciencia de ello; por eso: Padre, perdónalos. Crucifican pero sin saber a quien crucifican... Piensan que se trata de un trasgresor de la Ley, de un usurpador de la divinidad, de un seductor del pueblo. Yo les he disimulado mi rostro. No han podido reconocer mi majestad. Por eso: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
Para aprender a amar, pues, que el hombre que no se deje llevar de los impulsos de la carne... Que todo su afecto lo ponga en la suave paciencia de la carne del Señor. Para encontrar un descanso más perfecto y más dichoso en las delicias de la caridad fraterna, que estreche también a sus enemigos en los brazos del verdadero amor. Pero para que ese fuego divino no disminuya por las injurias, que tenga siempre los ojos del espíritu fijos en la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario