Domingo XVIII del TO
3 de agosto
Lc 12, 13-21
Habitualmente, se utiliza el término “necio” como sinónimo de “estúpido”. De hecho, esa es una de las acepciones que presenta el Diccionario de la RAE. Sin embargo, en su etimología, alude directamente a la ignorancia más radical.
En latín, “nescio” es la primera persona del indicativo del verbo “nescire”, que significa no saber o ignorar. En consecuencia, el significado del término, en la parábola de Jesús, es obvio: quien se hace daño a sí mismo o hace daño a los demás es necio –“nescius”, en latín-, es decir, profundamente ignorante.
En nuestro medio cultural, por diferentes motivos, han terminado instalándose varias creencias completamente erróneas y de consecuencias funestas. Entre ellas, pueden destacarse tres: la creencia en la culpa, en la necesidad del castigo y en la maldad connatural al ser humano. Esta última -que hunde sus raíces también en otra creencia, nefasta en sus consecuencias: la del llamado “pecado original”- ha culminado en la extendida convención cultural de que el ser humano obra el mal porque es malo. De ese modo, se viene a concluir que el mal que percibimos a diario, en nosotros mismos y en los demás, y que llega a ser literalmente monstruoso en ocasiones, es fruto de la maldad humana.
Frente a esta creencia, las tradiciones sapienciales han afirmado que el ser humano se halla constitutivamente orientado hacia el bien. Y que cada persona, en todo momento, hace lo mejor que sabe y puede, de acuerdo con su mapa mental. El mal, por más grave que sea, es siempre hijo de la ignorancia, entendida esta en su sentido más radical y profundo, que hace referencia, no solo a no saber lo que se hace, sino a no saber lo que somos. De ahí que aquellas conocidas palabras que el evangelista Lucas pone en boca de Jesús crucificado, refiriéndose a sus verdugos -“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”-, significan, en realidad, “perdónalos porque no saben lo que son”. Esta es la ignorancia que nos hace vivir de manera necia, generando daño y sufrimiento, en nuestras relaciones interpersonales y en las relaciones entre países y pueblos, con tomas de decisiones crueles, inhumanas e incluso genocidas.
Enrique Martínez Lozano
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