NO TENEMOS MÁS REY QUE A CRISTO CRUCIFICADO
Llegados al último domingo del tiempo ordinario, como culmen del año litúrgico, celebramos hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Con esta celebración la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en Cristo, Él es el principio y el fin de la historia, el alfa y la omega. Y al concluir un año litúrgico más, contemplamos a Cristo como Rey y Señor de todo el mundo.
1. Jesucristo es el único rey. En el Antiguo Testamento había tres estamentos considerados como los pastores de Israel: los sacerdotes, los profetas y los reyes. En un principio, Israel no tenía rey. A la llegada a la Tierra Prometida, tras la salida de la esclavitud de Egipto, los israelitas eran gobernados por los jueces, hombres que Dios elegía cuando surgía algún problema en el pueblo.
2. “Mi reino de es de este mundo”. Al contemplar a Cristo Rey en su trono que es la cruz y coronado de espinas, entendemos lo que Jesús mismo dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Cuando miramos a los poderosos de este mundo, a los que tiene autoridad y gobierno, vemos en la mayoría de ellos un afán por mandar, poniéndose por encima de los demás. Vemos incluso que hoy, como entonces, es verdad lo que dijo Jesús en una ocasión y que escuchábamos hace algunos domingos: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. Así son los reinos de este mundo. Pero el Reino de Cristo no es de este mundo, no sigue los criterios y los principios que rigen en este mundo. Pues mientras que los reyes y los señores de este mundo buscan ser servidos, Cristo se convierte Él en el servidor de todos; mientras que los reinos de este mundo buscan en las guerras y en los conflictos la satisfacción de sus ansias de poder y de riquezas, Cristo es un rey que trae la paz y la unidad de todos; mientras que los señores de este mundo viven en la mentira, en el rencor y en la avaricia, Cristo es un rey testigo de la verdad, que trae la concordia y el perdón, y que nos enseña a vivir desde la sencillez y la humildad. Un rey, en definitiva, que se hace esclavo y que da la vida por todos, hasta el punto de subirse al madero de la cruz. Éste es nuestro rey, a Él queremos seguir los cristianos, Él es quien guía nuestros pasos. Un rey incomprendido por este mundo, considerado como un absurdo por los que tienen poder y autoridad en la tierra, pero que precisamente por esto es el Rey del universo.
3. “Venga a nosotros tu reino”. Cada vez que rezamos el Padre nuestro, la oración que el mismo Jesús nos enseñó, le pedimos a Dios que venga a nosotros su reino. Con ello, le pedimos a Dios que venga Cristo, el Rey del universo. Él nos trae “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, como reza el prefacio de la fiesta de hoy. Este es nuestro deseo: que entre nosotros vaya creciendo día a día el reino de Dios, un reino que no tendrá fin, y que el mundo entero se vaya transformando en este reino que deseamos. Pero para ello no basta sólo con pedirlo en la oración. Es necesario que también nosotros trabajemos por este reino. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, hemos de trabajar por el reino de Dios. Nosotros somos ese pueblo de reyes, un reino consagrado a Dios.
En este último domingo del año litúrgico, antes de comenzar el adviento, éste es nuestro deseo: que Cristo sea nuestro rey, el Rey del universo, que venga a nosotros su Reino, un reino de paz, de amor, de servicio, como Él mismo nos enseñó desde la cruz. No tenemos más que un Rey crucificado.
Francisco Javier Colomina Campos
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