¿Qué quieres que haga por ti?
Esta interpelación ante un mundo que hace muchas cosas al margen de Dios llega a nuestros corazones para preguntarnos por nuestros anhelos: ¿Qué quiero que Jesús haga en mi vida, en mi familia, en mi comunidad?
Hoy, la sanación de un ciego nos invita a caminar con los ojos abiertos y el corazón disponible para sorprendernos ante una nueva forma de ser discípulos. Realmente, por sus detalles simbólicos es un camino visionario de fe; una peregrinación a la Ciudad Santa, Jerusalén, recorrida junto ‘a’ o ‘con’ Jesús.
Discípulos del camino
Jesús es un caminante incansable, en el camino va sanando paralíticos, leprosos, ciegos, poseídos por demonios, etc. En su camino dinámico ha llamado también a sus discípulos y ha impactado a mucha gente. Así es como su predicación va alimentando la pastoral del encuentro con los habitantes marginales.
Jesús mismo se ha presentado como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). El “Ser camino” es ya parte de la identidad eclesial, no se concibe una iglesia que no peregrina y menos sin Jesús. Nosotros, como discípulos, estamos invitados a encaminarnos en esa dinámica que les distinguía: “los discípulos del camino” (cfr. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22).
Pongamos los ojos en el último viaje de Jesús a Jerusalén. En el camino del valle del Jordán, le siguen los discípulos y “mucha gente” (cfr. Mc 10, 46), pasan por Jericó, allí se encuentran con Bartimeo, un ciego, a las afueras de la ciudad, pidiendo limosna.
El discípulo Bartimeo
Bartimeo, aunque se menciona a su padre -“hijo de Timeo”- está solo, en la periferia de Jericó, con el dolor y la experiencia de la marginación. Bartimeo sabe ‘gritar’ mas fuerte ante la indiferencia y regaños. Acostumbrado a los rechazos, jamás imaginó que Jesús lo llamaría; él sólo quería ‘ver’ y termina siguiéndolo en su última peregrinación a Jerusalén, pues se acerca la Pascua, también distinta y visionaria. Es decir, Bartimeo pasa de ser un ciego, “descartable” para la religión y la sociedad, a ser un discípulo peregrino hacia Jerusalén.
¿Por qué este discípulo de la última hora nos sorprende?
Porque puede iluminarnos en la soledad y la desesperación, en la enfermedad y el abandono. Y de manera especial, en nuestro camino de discípulos peregrinos. Sorprende cómo el ciego afina el oído y confía en la voz de Jesús.
- Afinar el oído. Esta actitud ayuda al equilibrio del cuerpo y también del espíritu. Escuchar al otro posibilita conocerlo mejor. Bartimeo, escucha la voz del maestro y comienza a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” (Mc10,47), y lo repite con fuerza (v. 48). Jesús escucha esa voz que sale desde el margen, pone “la periferia al centro”, el foco de atención se modifica; Jesús llama al ciego y le pregunta qué quiere de él, responde: “Maestro, que pueda ver” (v. 51).
Después de escuchar y ser escuchado el mundo ha cambiado para Bartimeo. Escucharnos es un acto de amor, necesario para la buena comunicación. Escuchar a Dios, al prójimo como a nosotros mismos. Quizá ya estamos metidos en la bulla cotidiana y no escuchamos al prójimo; vayamos con cuidado afinando el oído.
- Confiar en Jesús. En el peregrinar de su fe, Bartimeo, es consiente de su ceguera pero no pierde la esperanza, mantiene sus expectativas, expresa sus anhelos. Jesús, se detiene para inclinarse y escucharlo, se compromete con su dolor: ¿Qué quieres que haga por ti? (v. 51) en tu situación, en este momento.
En esta experiencia personal la fe se reaviva; Bartimeo recupera la visión, identifica la compasión de Jesús, es un Dios nuevo o distinto. Ya es sanado por Jesús, su fe le ha salvado, tiene la opción de agradecer y desaparecer, pero elige ser discípulo, deja el borde del camino para seguir al Camino, la Verdad y la Vida.
Entonces, así la fe es una respuesta a muchas de nuestras situaciones: si estamos como ciegos sin camino, Jesús es el camino; si sufrimos la soledad, Jesús nos integra a una comunidad.
Los discípulos ciegos
Jesús va de subida a Jerusalén con sus discípulos y bastante gente. Esta diversidad que le acompaña se compone de oyentes de sus palabras, testigos de eventos milagrosos, curiosos por conocerle, celosos de su comunidad, activistas generosos y seguramente defensores de ideologías.
El grito de Bartimeo evidencia que no había sordos, ha producido ecos inmediatos en sus reacciones. En todo caso, nos alerta de una ceguera más profunda, dicho como el refrán popular: “no hay peor ciego que el que no quiera ver ni peor sordo que el que no quiera escuchar”.
- Acallar los gritos del dolor. ¿Cómo reaccionamos, nos comprometemos, ante las heridas sociales de la corrupción, explotación laboral, trata de personas, abuso de menores de edad? ¿Cómo procedemos cuando se habla del clericalismo, de los abusos de poder, de la deshonestidad económica?
La actitud de ‘muchos’ es acallar los gritos del dolor porque es más cómodo seguir el camino blindando nuestro corazón, justificando el sufrimiento, no abordando los temas candentes para ser ‘políticamente correctos’.
- En esta misma línea, hay ciegos con conciencias sectarias. En la escena, quieren evitar los gritos escandalosos de Bartimeo para no incomodar al Maestro. Ya tienen el grupo en camino, casi formado, el ciego no pertenece a ese círculo, no esta ‘autorizado’ y sus modales no siguen el protocolo regular.
Las actitudes represivas y sectarias son evidenciadas por Jesús como contrarias a la comunión, al discipulado, a la espiritualidad de la sinodalidad.
Finalmente, la curación de la ceguera es un camino de fe, esperanza y caridad.
- La fe es vida, servicio, proximidad. Jesús anima este caminar: “Anda, tu fe te ha salvado” (v. 52).
- Nuestras realidades de marginación, de periferia, de migrantes, sufriendo alguna enfermedad, no significan olvido o ausencia de Dios. La esperanza de los profetas es también la de quienes gritan su dolor, con humildad, para ser escuchados por el Dios de la libertad.
- Seguimos el camino a Jerusalén, como Bartimeo, allí donde Jesús es crucificado a las afueras de la ciudad y ofrece su propia vida, con humildad, para liberarnos por amor y sacarnos de la arrogancia.
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