Si eres hombre y tienes mujer,
si eres mujer y tienes hombre,
considérate feliz,
estás cumpliendo devotamente
con el primer mandamiento de Dios:
haciéndoos los dos una sola carne.
Goza con tu pareja:
con su compañía, con su palabra,
con su consuelo, con su aliento,
con su risa, son sus besos,
con sus abrazos, con su sexo,
con su cuerpo e con su espíritu.
Es la compañera o compañero
que Dios te ha dado,
es tu primer y mejor regalo.
Si tienes hombre o mujer,
aprende a dar y a recibir,
a hablar y a escuchar,
a perdonar y ser perdonado.
Surja cada noche con paciencia
el paño de amor,
gastado con el trasiego de la jornada.
Que nunca se ponga el sol
sobre tu corazón arrugado.
Haz de tu proceso amoroso
una escuela diaria de amor,
para que afine tus amores
con los peregrinos,
que pasan delante de tu casa,
sin tener donde posar la cabeza.
Haz de tu amor
una escuela de libertad.
Recorre con el amor, el largo camino
que lleva al corazón de Dios,
y a construir una tierra más justa.
Que no cierres las puertas
de tu casa ni de tu corazón
a las personas que andas huérfanas
privadas de compasión.
Que encuentren en nosotros la fuerza,
el pan, la mano, el calor,
toda la gente que lucha
por una vida mejor.
Que seamos uno para el otro,
entre los dos para los demás
señal del aprecio -tan alto-
que nos tiene Dios, nuestro Padre.
¡Felicidades a todas la parejas
que cada día se sienten en esta escuela!
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