(20 de octubre de 2024)
(Is 53, 10-11; Sal 32, Heb 4,14-16; Mc 10,35-45)
Es fácil suponer lo afortunados que se sintieron los apóstoles al ser escogidos por Jesús como discípulos suyos; como todo judío, esperaban ardientemente al mesías, pero un mesías hecho a la medida de sus intereses, no el Mesías anunciado por los profetas, el Mesías triturado con el sufrimiento (Cf. Is. 53, 10), como hemos escuchado en la lectura de Isaías. Era su oportunidad.
Mientras caminan hacia Jerusalén, Jesús aprovecha para anunciarles una vez más el camino doloroso que le espera. Les explica que le van a rechazar, que van a burlase de él, que lo escupirán, lo azotarán, y que finalmente morirá, pero que resucitará al tercer día (Cf. Mc 10,33-34). Jesús se presenta como alguien que ha renunciado a usar el poder; pese a las claras explicaciones, los discípulos entienden erróneamente la misión del Maestro y continúan con sus ambiciones personales. Los hermanos Zebedeos, Juan y Santiago, contrastando con la indefensión del Maestro (Mc10,37), le piden algo muy humano y que consideran que es lo mejor que les puede ofrecer: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda (v. 37). Las pretensiones de los hermanos manifiestan una incomprensión del mesianismo de Jesús, porque lo vinculan con méritos, recompensas y dominio;quieren que Jesús les conceda poder, triunfo, frente a la muerte que acaba de anunciarles. Pero Jesús les manifiesta que no tienen ningún derecho a puestos de honor como recompensa por su seguimiento. Les dice que no saben lo que están pidiendo; que él no ha venido a ofrecer cargos y puestos de poder, que lo único que puede ofrecerles es que lo sigan por el camino que él está recorriendo, camino que presenta con dos imágenes, el cáliz y el bautismo: ¿podéis beber el cáliz que yo he beber o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?(v. 38). Para seguir a Jesús hay que acompañarlo por el camino que lleva al Calvario. Seguir a Jesús conlleva una dosis de sufrimiento. El evangelista pone de relieve el desfase y la incomprensión de este camino doloroso por parte de los apóstoles, y curiosamente enmarca el caminar del Señor hacia Jerusalén entre las curaciones de dos ciegos: la del ciego de Betsaida al principio (8,22-26) y la de Bartimeo en Jericó al final (10,46-52), haciéndonos ver lo lejos que se encontraban los apóstoles del Maestro. Ambos ciegos al encontrar a Jesús por el camino, son mucho más sensatos que los Apóstoles y le piden lo que necesitan realmente, lo que está al alcance de Jesús: que les devuelva la vista. Santiago y Juan, que caminan con Jesús hacia Jerusalén, buscan puestos de relevancia, no saben lo que realmente necesitan y por consiguiente se equivocan a la hora de pedir.
Jesús nos propone que no nos dejemos alucinar por el éxito, la fama, la riqueza, el placer y el poder. Los apóstoles no fueron los únicos que comprendieron erróneamente las enseñanzas del Maestro. También hoy, en todos los estamentos de la Iglesia, nos encontramos con las mismas posturas de los apóstoles, personas que buscan situarse en el centro, que buscan los mejores puestos y mejores oportunidades, lo mejor para ellos.
Pero el resto de Apóstoles parece que tampoco se enteraron o no quisieron enterarse de lo que Jesús había dicho sobre su final, ni tampoco se enteraron de lo que había dicho a los hermanos Zebedeos, pero sí se enteraron del afán que tenían por ocupar los primeros puestos, y zasca contra Santiago y Juan, ellos no iban a ser menos. A todos les mueve la misma ambición: desean figurar, ser reconocidos, alabados. Los primeros discípulos y las comunidades cristianas tuvieron que hacer frente a este problema del poder que se alejaba de las enseñanzas de Jesús. El desatino de los apóstoles da lugar a una de las grandes enseñanzas de Jesús sobre lo esencial de la autoridad, que es el servicio. Jesús contrapone el poder humano, que es dominio, al poder del cristiano, que es servicio y se presenta a sí mismo como modelo de autoridad desde el servicio y la entrega sin límites. La enseñanza de Jesús sobre el servicio es la manera de ejercer la verdadera autoridad (v. 41-45).
Desde esta postura es cómo se construyen relaciones verdaderas, se aprende a respetar y dignificar a todas las personas sin exclusión de ninguna especie, se promueve la auténtica convivencia fraterna respetando la pluralidad de visiones, de vocaciones y de pensamientos.
Si Jesús nos preguntara hoy, qué queréis que haga por vosotros: ¿qué le responderíamos? ¿corresponde nuestra respuesta a los valores de Jesús? Los hijos del Zebedeo no habían entendido el Reino que Jesús predicaba. ¿Y nosotros? ¿Esperamos un Reinado de Dios que nos traiga poder, privilegios, ventajas, honores?
Vicente Martín, O.S.A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario