Primera lectura: Jeremías 31,7-9.
Marco: Se pueden leer estos versículos como una invitación a Judá para que reciba con alegría a su hermano Israel. Este nuevo éxodo cantado por la fe es alegre, pero no disimula la realidad ya que está formado por una procesión de inválidos que regresan.
Reflexiones:
¡La alegría por la salvación!
Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos, proclamad, alabad, y decid: el Señor ha salvado a su pueblo. El mensaje de estos versículos es muy próximo al que leemos en el Segundo Isaías. Ambos profetas entienden la vuelta del exilio como una repetición de la salida de Egipto. Por tanto, para la comprensión del mensaje de Jeremías es necesario recordar la epopeya del éxodo y la peregrinación por el desierto. Ambos acontecimientos, éxodo y vuelta del exilio, marcan y jalonan la historia de la salvación del Antiguo Testamento. Y ambos se apoyan en dos realidades contrapuestas pero relacionados por el poder de Dios: por una parte, la debilidad humanan extrema y por otra la manifestación del poder de Dios. Es la tónica de la historia de la salvación como expresión de la pedagogía de Dios. Historia humana y mensaje de Dios se entrecruzan constantemente. Una historia real, muchas veces pobre y débil, pero que aprovechada por el poder de Dios se convierte en un paradigma para los hombres. En definitiva, responde a la realidad de todos los siglos. Por eso mismo, el mensaje sigue teniendo vigencia hoy. También hoy se entrelazan todos esos elementos en nuestra Iglesia en medio del mundo: debilidad del hombre y poder de Dios. Este poder ha sido manifestado en la realización de proyecto salvador. Y la salvación siempre ofrece al hombre la posibilidad de una alegría que nadie le puede quitar como prometió el Maestro en el discurso de despedida.
Segunda lectura: Hebreos 5,1-6
Marco: Este fragmento pertenece también a la segunda parte de la Carta que tiene como está centrado en la contemplación de Jesús como pontífice fiel y compasivo.
Reflexiones:
1ª ¡El Sacerdote, puente entre Dios y los hombres!
El Sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios. Es el primer aspecto del sacerdocio. La Escritura considera siempre a Dios como trascendente, inaccesible, invisible. Pero el hombre necesita establecer una relación con él. El Dios trascendente se aproxima al hombre, establece con él alianza de paz y no de aflicción, dirige la historia, le sella en su interioridad. Pero la naturaleza humana participa a la vez de la invisibilidad del espíritu y de la visibilidad del cuerpo. Por eso el hombre ha necesitado siempre puentes de comunión con su Dios. El sacerdocio es uno de esos puentes. El autor de la Carta a los Hebreos, que trata de relacionar el sacerdocio antiguo con el de Jesús en el que todo lo que significa el sacerdocio se ha realizado de una manera eminente y definitiva, reflexiona sobre esta realidad. Y Dios ha querido, en su pedagogía, elegir a los sacerdotes de entre sus hermanos. En el Antiguo Testamento a la tribu de Leví y a la familia de Aarón, que eran figuras de la realidad que se consuma en Cristo Jesús, el último y definitivo Sacerdote. Pero el sacerdocio no es un privilegio. Desde sus orígenes es un ministerio o un servicio con una misión y una tarea específica: su razón de ser es la misión de establecer una relación entre Dios y los hombres, entre lo invisible y lo visible, en la santidad y la debilidad. Hoy necesitamos dirigir la mirada a este pensamiento de la carta a los Hebreos. Los ministros de la Iglesia son llamados a actuar “en la persona de Cristo”. Esa es su misión y su tarea. Esa es su grandeza pero orientada desde su origen a ser servidores de su pueblo. Es una advertencia a quienes han recibido el ministerio y urgirles a que vuelvan la mirada a los orígenes para recuperar y realizar con fidelidad y compromiso su misión y servicio.
2ª: ¡El sacerdote, testimonio de compasión!
Puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. En la sabiduría y pedagogía de Dios quiso sus ministros fueran tomados de entre los hombres. El autor de la Carta a los Hebreos expresa otra característica esencial del sacerdote, y que también en Jesús se cumplió perfectamente: para comprender a los extraviados. La misericordia y la compasión son inherentes al ministerio sacerdotal. Esta tarea de consuelo y comprensión, que Jesús realizó admirablemente, orienta la verdadera tarea del ministro entre sus hermanos. El autor de esta Carta insiste que la razón de ser elegidos entre los hombres se debe a que también ellos sienten en sus misma persona la debilidad. Cuando habla de Jesús afirma que fue tentado en todo como nosotros menos en el pecado, cuando dirige la mirada al sacerdocio ministerial contempla a estos ministros envueltos también en debilidades. De esta manera pueden comprender a sus hermanos que padecen flaquezas. Esta realidad del sacerdocio manifiesta su grandeza y su cercanía al contemplarlo en comunión estrecha con sus hermanos los hombres. No es un privilegio, es una gracia que empuja a un compromiso. Jesús va delante abriendo camino y garantiza la misión. Los elegidos deben seguir sus pasos y “caminar” detrás de él. Caminar en la Escritura significa realizar los mismos gestos y actitudes que el Maestro. Un discípulo aprende de su Maestro sólo la doctrina sino también todos sus gestos y actitudes. Hoy es urgente y necesario volver la mirada a estos pensamientos de la carta a los Hebreos. La experiencia del misterio y la realidad de la Encarnación siguen siendo imprescindibles en nuestro mundo.
Evangelio: Marcos 10,46-52.
Marco: Este relato pertenece a la sección en que Marcos narra algunas obras simbólicas, de alcance mesiánico: además de la curación de Bartimeo, la entrada en Jerusalén, purificación del templo y maldición de la higuera. Estos acontecimientos evidencian la atmósfera tensa y cargada que se respira en la vieja ciudad santa. El propio Jesús da a conocer su dignidad mesiánica mediante una serie de acciones simbólicas.
Reflexiones:
1ª: ¡Hijo de David ten compasión de mí!
Hijo de David, ten compasión de mí. Marcos recoge la repetida actividad de Jesús con un fin bien preciso. En la mente del evangelista esto empieza ya con la curación del ciego de Jericó: Jesús no impide la invocación a voz en grito de “Hijo de David”, sino que da la vista a este hombre que cree y que le sigue con fe. Las curaciones de ciegos están muy presentes en la tradición evangélica más antigua. Las muchas enfermedades oculares del oriente tenían entonces pocas perspectivas de curación, y el destino de los pacientes era muy duro. Por lo general no les quedaba otra salida que la mendicidad, a lo que se sumaba la angustia interior derivada de semejante situación y de una vida en constates tinieblas. De este modo los ciegos aparecen como los representantes de la miseria y desesperanza humana. Esta narración marciana tiene un especial relieve querido por el evangelista. Escuchamos los grandes gritos del mendigo en el camino, en los que resuena por dos veces la invocación “Hijo de David”. Fuera del diálogo sobre la filiación davídica del Mesías en Mc 12,35-37, es la única vez que encontramos en el evangelio de Mc esta designación judía del Mesías. Y Jesús la permite. En nuestro mundo es necesario ofrecer también gestos creíbles y significativos. Forma parte de nuestra estructura humana. Los hombres de nuestro tiempo necesitan signos de la presencia de la liberación realizada por Jesús y que les ofrece su mejor y más profunda humanización.
2ª: ¡Maestro, que pueda ver!
¿Qué quieres que haga por ti?... Maestro que pueda ver... Tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Jesús alaba la fe el ciego que no se marcha sin más ni más sino que le sigue en su camino. Las gentes no alcanzan a creer en Jesús. El ciego Bartimeo, por el contrario, cree en él como Hijo de David y como Mesías, de manera firme e inconmovible, aunque las gentes se lo recriminan. Cree en la bondad y en el poder de Jesús en quien se le acerca la ayuda de Dios. Esa fe supera la perspicacia de los doctores de la Ley (Mc 12,35-37) al igual que la torpeza de la multitud. Un hombre así de confiado puede haberse convertido en discípulo de Jesús y aceptado la posterior confesión de fe de la comunidad en él, pero no, le sigue inmediatamente y más tarde quizá perteneció de hecho a la comunidad. Para los lectores cristianos, el ciego pasa a ser el modelo del creyente y discípulo que ante nada retrocede y que sigue a Jesús en su camino de muerte. Jesús acepta esta confesión en su camino hacia la muerte donde se revelará la plenitud de lo que significa ser el Mesías. El ciego sigue hablando a los hombres y mujeres de hoy que pertenecen a la comunidad de Jesús. En medio de las dificultades: su grave situación, el rechazo de los que rodeaban a Jesús, él sigue firme en su actitud y en su petición. Cree y proclama con su palabra y con sus gestos. Y consigue la visión. Son necesarios en nuestro mundo testigos de la fe en Jesús en medio de las dificultades, porque Jesús sigue ofreciendo lo que los hombres necesitan: ver realmente su situación y su destino. Recibir, como el ciego, la luz que orienta la vida. La verdad y la luz son elementos siempre necesarios para el hombre. Y la curación del ciego es un símbolo de esa necesidad.
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