Tal vez el evangelio de este domingo nos confirma la necesidad de recordar que los evangelios no son narraciones en tiempo real, sino una elaboración muy posterior a los hechos; una composición muy cuidada para expresar un mensaje que despierte algo nuevo en el lector(a) u oyente. Así es el libro de Marcos, todo un manual para aprender el camino del seguimiento a Jesús. Y este texto es uno de los que nos muestran todo un aprendizaje de dos posiciones esenciales que centran a toda persona que desea avanzar por esta ruta: coherencia y autenticidad. Veamos cada una de ellas.
Comienza el texto expresando la itinerancia de este grupo; una itinerancia que hace referencia a esta metáfora tan genial que representa nuestros procesos creyentes: el camino. Galilea es más que una región de paso, es el punto de partida de todo este viaje hasta Jerusalén de Jesús con sus seguidores(as), escenario del discipulado. Y, en la ciudad de Cafarnaúm, referencia de la misión de Jesús, se da uno de los momentos fuertes de este camino.
La primera posición, coherencia, se puede percibir en el comienzo de este texto. Jesús se identifica con el hijo del Hombre, es decir, el plenamente humano, pero plenamente arraigado en lo divino. En este doble movimiento se apoya su discurso. Es consciente de que su final no va a ser feliz desde el plano humano, será entregado, le matarán. No se trata de una visión apocalíptica o que proceda de una bola de cristal que predice su futuro, no parece ser así. Jesús sabe que su final es consecuencia de sus opciones, de su manera de vivir, de haber desestabilizado las columnas religiosas de Israel, de haber denunciado aquellos aspectos religiosos que iban mermando la dignidad humana; la denuncia de la imagen de un Dios encerrado en unos principios basados en el poder de un patriarcado que generaba injusticias, exclusión e insolidaridad.
Lo que muestra a sus seguidores(as) y que no comprenden, es la coherencia, una coherencia que ha de estar liberada de miedo y henchida de libertad. Un miedo que ha de ser superado porque ese trágico final no tiene la última palabra. Jesús introduce en su discurso la resurrección porque se sabe enraizado en un Dios vivo, el Dios presente y en movimiento permanente. Añade así esa dimensión de trascendencia que, en definitiva, se convierte en fuente y foco de la fuerza de este camino.
En el diálogo posterior de los discípulos con Jesus, percibimos una segunda posición ante el seguimiento a Jesús: autenticidad. Casi siempre eran los apóstoles los que preguntaban a Jesús en privado para intentar comprender su mensaje. En este caso, es Jesús quien pregunta de qué estaban discutiendo. Está claro que hay algo que no va bien, que hay tensión entre ellos y desenfocados de lo que Jesús pretendía revelar. Parece que es un poco ridículo por parte de los apóstoles esta discusión. Sin embargo, esta aspiración a ser grandes, ocupar los primeros puestos, era un tema muy propio de la mentalidad religiosa de aquel tiempo. La medida de la dignidad, el puesto que a cada uno le debía corresponder, era muy importante para ellos; siempre basado en preceptos minuciosos y, a veces, deshumanizantes.
Jesús rompe con esta manera de situarse frente a la vida y frente a lo religioso. Invierte claramente lo que era valioso para su mentalidad y rompe con una tradición que pocos llegaron a comprender. Quien quiera el primer puesto, es decir, quien quiera la máxima visibilidad, poder, triunfalismo, dominación, póngase en el último lugar para vivir en clave de servicio. ¡¡ Cuidado!! no se trata de una denigración personal, a veces así entendido, de dejarse someter y dominar para que otros se aprovechen de esta bondad débil. Así no; se trata de superar las categorías que nuestra mente egoíca busca: clasificar, catalogar, contar, subordinar… Es más bien una manera de vivir en autenticidad donde el servicio no es una obligación moral sino una aspiración humana para vivir en comunión con otros (as).
Es avanzar en conexión con la vida divina de donde nace nuestra existencia. En este espacio no somos primeros, ni últimos, somos únicos e interconectados a un origen común que nos iguala. De ahí el ejemplo del niño con el que Jesús ilustra su enseñanza. No se trata de ser infantiles, ingenuos, dependientes, obedientes, sumisos…es ser auténticos (as), naturales, viviendo el presente, desde una conciencia que moviliza a superar límites, conectar con lo eterno, confiados a la vida; así son los niños.
Todo un desafío personal y eclesial el mensaje de este texto de Marcos. ¿Te atreves?
Rosario Ramos
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