1.- “Servir a Dios es reinar”. Así rezaba una frase lapidaria a la que acudían frecuentemente los predicadores para marcar el camino del cristiano. ¿Cómo podemos servir a Dios? He aquí la repuesta: sirviendo al hermano. Sólo el que hace esto puede decir que en verdad reina, pues se realiza auténticamente como persona y está en disposición de sentarse a la derecha del Padre. En el reino de los cielos ocurre algo parecido a lo que se cuenta en esta historia:
“En un lejano reino pusieron este anuncio: “Se necesita príncipe”. Todos los interesados acudan mañana al Palacio Real. Fueron muchos los que se presentaron aquel día. Después de ver uno por uno a todos los candidatos, eligieron a dos. Eran los únicos que reunían las mejores cualidades para ser príncipes. Pero había que elegir sólo a uno. Estuvieron mucho tiempo tratando de ver quién de los dos sería el mejor, pero nadie se ponía de acuerdo. El rey tuvo que intervenir y decidirse por uno de ellos. Mandó que los trajeran a su presencia y les dijo lo siguiente:
–Aquél que llegue primero a la ciudad más pequeña de mi reino será el príncipe.
Esta ciudad estaba en el lugar más apartado del reino. Hacían falta muchos días para llegar hasta ella. Los dos candidatos se pusieron en marcha. Uno de ellos comenzó a caminar tan aprisa que dejó muy atrás al otro. Por el camino unos ladrones habían robado y golpeado a un hombre, dejándole medio muerto en el suelo. Al pasar por allí el que iba primero no le ayudó en nada y siguió su camino. Cuando llegó el segundo, se paró y lo socorrió. Lo cargó sobre sus hombros y lo llevó hasta un pueblo cercano, donde había un médico. Luego continuó su camino. Más adelante, un niño andaba perdido por el bosque. No dejaba de llorar y llorar. El primero no le hizo caso. El segundo, que ya iba muy retrasado, se detuvo para ver qué le pasaba. Se quedó con él y estuvo un día entero buscando a sus padres. Cuando los encontró, continuó el camino. Pero había perdido tanto tiempo, que era imposible que llegara el primero. Y así fue. Cuando llegó a la ciudad más pequeña del reino, el primero ya estaba celebrando su triunfo. El sería el príncipe. Cuando llegó el rey para nombrar príncipe al vencedor reunió a los dos y les dijo:
–Al venir hacia aquí pasé por un pueblo donde el alcalde me contó que un desconocido le había salvado la vida. Luego, unos padres vinieron a verme para pedirme que recompensara a un desconocido que encontró a su hijo perdido. ¿Quién de vosotros hizo todo eso?
El que había llegado el último, sintiéndose descubierto, levantó la mano. Entonces el rey, con voz solemne, le nombró príncipe, diciendo:
–Has demostrado tener la mejor cualidad de un príncipe: la de ayudar y servir a su pueblo por encima de todo. El que había llegado primero comenzó a protestar. Pero el rey dijo con autoridad:
–El que ha llegado el último ha demostrado ser el primero en humanidad. Y tú, que has llegado el primero, has demostrado ser el último. Porque te has dejado sin hacer muchas cosas por el camino. Has buscado el poder y la honra, y no el bien de mi pueblo.
2.- ¡Cómo se parece este relato a lo que dijo Jesús!:
— El que quiera ser el primero entre vosotros que sea el último de todos y el servidor de todos, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Lo dijo después de haber anunciado su Pasión. Pero se ve que los discípulos no habían comprendido nada de lo que Jesucristo había venido a enseñarles. El mismo vino a servir a todos, dando su vida por todos nosotros. Servir es a menudo gratificante, pero otras veces no sólo no hay recompensa, sino que trae consigo incomprensión, desprecio y hasta persecución. Esto es lo que parece indicar el texto del Libro de la Sabiduría que escuchamos hoy. El justo es perseguido sólo por ser justo. En el fondo, quienes se meten con él están rechazando a Dios. Cuando esto ocurra debemos recitar las palabras del Salmo 53: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida.
3.- Conviene hacer autocrítica para ver si ejercemos bien nuestro “ministerio” o servicio a favor de los demás. Frecuentemente, tanto clérigos como laicos, utilizamos la autoridad para sentirnos importantes o abusar de nuestro poder. También hay ambición en el campo espiritual: queremos ser los primeros en virtud, en experiencia de Dios, en radicalidad evangélica. ¿Por qué queremos hacerlo?, ¿para obtener una parcela importante en el cielo?, ¿para que los demás nos honren? Sólo la humildad y el espíritu de servicio es lo que debe distinguir al cristiano. Esta es la auténtica sabiduría que viene de arriba. Es sabio aquél que es amante de la paz, comprensivo, dócil, lleno de misericordia y buenas obras. Es sabio aquél que acoge a los pequeños, a los que nadie aprecia. El que acoge al más pequeño e inocente, acoge a Jesús y al que le ha enviado. Porque ha sabido captar el mensaje de Jesús.
José María Martín OSA
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