Comentario Pastoral
¿SE ESCANDALIZA HOY?
Desde cierto punto de vista, parece que la sociedad actual está de vuelta de todo, y no se asombra ni escandaliza por nada. Por el contrario, se supervaloran publicitariamente ciertos escándalos; un lío de faldas, un hijo oculto que reclama una herencia millonaria, una fuga con gran desfalco económico o un crimen pasional pueden ocupar las primeras páginas de los periódicos o ser noticia de apertura en un telediario.
A algunos no les gusta la palabra “escándalo” porque les parece oscurantista, retrógada y beatona. Les suena a falta de libertad, a censura religiosa superada y a morbosa referencia sexual. Sin embargo es preciso reconocer que todos estamos en medio de una situación de escándalo activo, continúo y organizado. Es muy serio que la sociedad actual, por alardear de vanguardista, ridiculice las voces limpias que propugnan una concepción más seria y digna de la existencia.
Siempre se está a tiempo de cambiar, dando un giro de ciento ochenta grados, para recobrar los altos principios que hacen más habitable nuestro mundo y más fraternas nuestras relaciones; así los más “pequeños” y los jóvenes podrán confrontar la diferencia que existe entre la alegría que viene del respeto de la vida y la que es fruto de la explotación y violencia sobre los más débiles.
En el evangelio de este vigesimosexto domingo ordinario, Jesús nos pide que no escandalicemos a ninguno de los pequeños que creen en él. ¿Qué es el escándalo? Es un lazo o trabajo, una insidia, un obstáculo que impide avanzar, una ocasión de pecado. No hay que escandalizar a los creyentes más débiles, desviándolos del camino de la fe y conduciéndolos a una desorientación espiritual.
La mano, el pie y el ojo, de los que habla Cristo, son expresiones concretas que manifiestan el talante interior y la conducta moral del hombre. Con un lenguaje plástico radical Jesús manda “cortar” y “sacar” sin pretender la amputación física del cuerpo, sino invitando al recto obrar moral y a situarse con decisión en el camino del bien.
Es cristiano quien quita los obstáculos para caminar hacia Dios. El gran escándalo de los cristianos debe ser: creer cuando el mundo ironiza la fe; esperar cuando muchos se refugian en el absurdo; amar y perdonar cuando se predica la venganza. Cristo es el gran “escándalo” de ternura infinita que se nos ofrece a todos en el camino de la vida y el que por su cruz salva al mundo de sus escándalos.
Andrés Pardo
PALABRA DE DIOS: | Números 11, 25-29 | Sal 18, 8. 10. 12-13. 14 |
Santiago 5, 1-6 | san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48 |
de la Palabra a la Vida
Hasta los espíritus más organizados, más controladores, más responsables y ordenados, tienen la horma de su zapato en aquel que lo ha creado todo y lo ha dispuesto maravillosamente para nosotros, de tal manera que donde nosotros podríamos descubrir una nota discordante, Dios ha dispuesto una puerta abierta a crecer en la comprensión de su forma de dirigir el mundo.
¿Cómo sabemos quién es de los nuestros? ¿cómo tenemos ordenados, situados, a todos los que están de nuestro lado y, como en este caso, hablan bien de Dios? Los nuestros, los que vamos detrás del Señor, los que le seguimos por el camino de la vida, son aquellos que hablan bien de Dios… y hacen lo que Él hace. Porque si son capaces de hablar bien de Dios y de hacer lo que Dios hace, significa que, misteriosamente, han recibido la fuerza del Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios que, desde el principio, en el Génesis, es libre, sobrevuela por donde quiere, tiene a todos los que “son de Dios” constantemente despiertos, para poder reconocer su acción, como a Pedro y a Pablo les sucede tantas veces en Hechos de los Apóstoles. Ser de Dios supone una comunión con Él, comunión que viene por el Espíritu que une con Él, el Espíritu Santo.
Jesús enseña a los discípulos en el evangelio de hoy, entonces, a mantenerse despiertos porque el Espíritu de Dios actúa generando nuevos creyentes donde quiere, y si a menudo los hay que se atribuyen el ser de Jesús pero luego no hacen lo que Él dice, con lo que difícilmente pueden ser realmente de los suyos, también es cierto que en muchas ocasiones encontramos gente que, sin haber sido instruidos, reconocen y quiere ser como Jesús. El buen discípulo, ante estos personajes, se regocija y agradece el poder de Dios, por eso los discípulos del Señor en el evangelio de hoy tienen que aprender a dar ese paso de confianza: si hablan bien de Cristo y hacen lo que Cristo hizo, no dudemos, ahí está actuando el Espíritu de Cristo. Un corazón dispuesto a ello vence toda tentación de exclusivismo o elitismo: vivimos en la santa Iglesia porque Dios es santo, no por méritos propios de ningún tipo. Nuestra exigencia para hacer cristianos ha de ser como la de Jesús en el evangelio de hoy.
La celebración de la Iglesia, entonces, es el lugar en el que nos tenemos que reunir aquellos que hablamos bien de Cristo. Es el lugar en el que nos tenemos que reunir los que hacemos como hace Cristo. En muchas ocasiones en nuestra vida, ese testimonio puede ser implícito, lo hacemos bien porque nos sale, porque está en nosotros sembrado. En otras, ha de ser explícito, es decir, hay que explicar que es que nosotros seguimos a Cristo, somos discípulos suyos, y nos esforzamos por dar rienda suelta en nosotros a la acción del Espíritu Santo.
La celebración de la Iglesia nos tiene que ayudar a que desaparezca de nosotros cualquier forma de envidia o de recelo hacia lo que se demuestra de Dios, pero también nos tiene que ayudar a que se desarrolle en nosotros ese “sentido de Iglesia” que recibimos por la fe en nuestro bautismo, que nos ayuda a reconocer y diferencia lo que es de Dios y lo que no, lo que nos acerca o acerca a otros a Dios, y lo que no. Porque Cristo es libre, actúa libremente, y con su Espíritu abre la Iglesia a confines mucho más lejanos que nuestras fuerzas.
Diego Figueroa
al ritmo de las celebraciones
Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica
La Epíclesis (“invocación sobre”) es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:
“Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino […] en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento […] Que te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana” (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 86 [De fide orthodoxa, 4, 13]).
El poder transformador del Espíritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis
de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, “las arras” de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1, 22).
(Catecismo de la Iglesia Católica, 1105-1107)
Fuente: Archidiócesis de Madrid
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