Jesús vivió atento a las tres pulsiones básicas del ser humano y las denunció con firmeza. Tanto es así que el llamado “relato de las tentaciones” –un texto que parece sintetizar lo que fue su lucha interior a lo largo de su existencia–, lo muestra enfrentando la tentación de la riqueza, del poder y de la imagen (Mt 4,1-11).
Los relatos evangélicos nos han trasladado la fuerza de la denuncia, en textos como estos, con respecto a la riqueza: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); “Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios” (Mt 19,24).
Por lo que se refiere a la imagen, los textos más significativos son aquellos que se refieren a la autoridad religiosa: “Todo lo hacen para que los vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto; les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas; que los saluden por la calle y los llamen maestros” (Mt 23,5-7). “¿Cómo vais a creer vosotros, si lo que os preocupa es recibir honores los unos de los otros, y no os interesáis por el verdadero honor que viene del Dios único” (Jn 6,44); “Para ellos –escribe el cuarto evangelio– contaba más la buena reputación ante la gente que ante Dios” (Jn 12,43)?
En cuanto al poder, Jesús es bien consciente de que constituye la mayor trampa, por lo que no solo previene contra ella de manera tajante, sino que ofrece una alternativa, el camino que él mismo había tomado: “Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida” (Mc 10,42-45).
El yo ansía el poder –como el tener y el aparentar– porque cree encontrar ahí una sensación de seguridad, a la vez que le permiten creer que está vivo. Es el modo que tiene de ocultar su propio vacío. Pero adonde eso conduce es a “perder la vida”, porque se ha desconectado de la verdadera identidad. La comprensión descansa en el ser y se manifiesta en el servicio.
Como dijera el psiquiatra Carl Jung, uno de los padres de la psicología moderna, “donde el amor rige, no hay voluntad de poder; donde la voluntad de poder rige, no hay amor”.
¿Qué fuerza tienen en mí cada una de esas tres pulsiones?
Enrique Martínez Lo
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