El sacerdote Francisco Castro, párroco de Santa Inés, en Málaga, ayuda a profundizar en el evangelio de este domingo, 29 de septiembre, Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (Mc 9, 38-43.45.47-48).
Los pequeñuelos son la debilidad de Jesús. Están siempre cerca y todos nosotros, en algún momento de la vida, pertenecemos a este grupo. A ellos están destinados los milagros, para ellos han de multiplicarse los signos del Reino. Tales signos necesitan la mediación de unas manos generosas, unos pies diligentes, unos ojos compasivos. El Señor mismo los suscita en todas las personas de buena voluntad, gente de corazón bueno que, acaso, «no son de los nuestros», no comparten nuestras creencias o nuestras costumbres. El Espíritu del Señor hace surgir por doquier estos signos, que son un testimonio y una alegría para todos.
A sus discípulos, Jesús nos propone una “revisión técnica del apóstol”. Igual que los vehículos necesitan un examen periódico del motor, así nosotros lo necesitamos de las raíces (la radicalidad) de nuestra vida de discípulos y apóstoles. No vale cualquier motor para recorrer los caminos del Evangelio.
Necesitamos un examen de mano, es decir, de acciones: lo que se ve (lo que me ven o hago para que me vean…) y lo que no se ve. Para andar con Jesús hay que saber decir sí o no: rezo o no rezo, trabajo o no trabajo, pongo o no la mano en el arado… Las medias tintas no sirven. ¿Cuál es mi “plan de vida” para este curso?
También hay que revisar el pie. Mi camino ¿sigue las huellas de Jesús? Mis proyectos ¿son los de Jesús? ¿Conduce el mapa de mi vida a Jerusalén? ¿O quizá me lleva a una vida muy interesante, pero muy cómoda y libre de preocupaciones?
Y es imprescindible un examen de ojo, esto es, de valores, de criterios. Para comprobar si he adquirido la misma sensibilidad de Jesús, su debilidad hacia los pequeños. Y todos hermanos, todos iguales. ¿Lo veo o no lo veo? Pues hay que verlo, porque así lo veía él.
Fuente: odisur
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