La Palabra de Dios cuando se proclama en nuestras celebraciones litúrgicas no tiene como finalidad recordarnos lo que ha pasado en tiempos pasados. Es para nosotros un rayo de luz que ilumina nuestro presente. Esas situaciones personales, familiares, laborales y sociales que nos crean desconcierto.
El pueblo judío se sintió desconcertado en el desierto ante las dificultades que se iba encontrando. Eso le llevó a la murmuración, a recordar lo que había dejado atrás, en Egipto. Le daba la sensación de que Dios (Yavé) le había abandonado. Es el eterno problema que se da, también, en la humanidad cuando hay que ir dando pasos hacia la verdadera libertad. La liberación de las esclavitudes, con frecuencia, traen a la memoria las falsa seguridades anteriores.
El Señor, Dios de Israel, no abandona a su pueblo. Le acompaña y le da todo cuanto desea: agua, codornices y “pan del cielo”. Siempre hay un signo material de la actuación salvífica del Dios que es amor. Cuando el pueblo trata de cumplir su voluntad Dios está presente ya sea en la “zarza ardiendo”, en la “tablas de la Ley” y más propiamente en el “pan del cielo”
Todo esto es imagen por la que el Señor de la historia se nos revela y nos da pautas para que le descubramos en medio de nuestras dificultades. Hoy seguimos caminando cargados de preocupaciones y llenos de crisis más o menos profundas. Seguimos teniendo, además del hambre material, de muchas otras cosas: de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida.
Dios vuelve a estar cerca y se preocupa de todos nosotros dándonos el “pan” a todo el que siente “hambre”. Ese pan es Cristo Jesús, su Hijo querido: “Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”
Estas afirmaciones están hechas por el Evangelista Juan después de realizar Jesús la multiplicación de los panes y los peces. Jesús en su discurso del “pan de vida” trata de ir llevándonos la creencia en EL antes de hablarnos del pan “eucaristía”. Por eso usa esos dos verbos “venir” y “creer”. Creer en Jesús es comer el pan que Dios nos envía para saciar nuestra hambre y nuestra sed.
Comer del “alimento que perece” es volver a la “olla de carne de Egipto”. Lo que entra por los ojos es lo que más nos atrae. Si queremos vivir felices y libres con la “libertad de los hijos de Dios” hemos de caminar hacia la verdad guiados por la fe.
Fe que hemos de descubrir en los signos sensibles que el Señor nos envía. El ciego de nacimiento recibe la luz de la fe al recibir la luz de su vista. La samaritana recibe la verdadera vida a través del agua. Para los judíos en el desierto fue el “maná” que prefiguraba a Cristo que es el “verdadero pan del cielo”.
Por eso en la segunda lectura San Pablo nos invita a que “no andemos ya como los gentiles, en la vaciedad de sus ideas”. Se nos invita a “despojarnos del hombre viejo y de su anterior modo de vida…, y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios” Para ello se nos da a Cristo como Pan en quien “creemos”, y luego se nos da el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Pan Eucarístico con el que nos “alimentamos”. Ambos Panes, el de la Palabra y La Eucaristía, nos dan la “vida eterna”.
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