Introducción
Las lecturas de estos domingos (18 al 21 del TO) están tomadas del discurso joánico del pan de vida. Un discurso de notable relevancia en la tradición cristiana: Juan, en su evangelio, sustituye con él la institución de la eucaristía durante la última cena, relatada por los sinópticos.
Este largo discurso quiere movernos a lo fundamental de la vida cristiana: el encuentro personal y la identificación con Jesús, algo que sólo es posible cuando comemos su carne y bebemos su sangre.
Se nos ha contado cómo este modo de hablar del propio Señor provocó en unos la fe del seguimiento y, en otros, la perplejidad, el escándalo y el abandono (Jn 6,59-66).
Aún hoy, fuera de las comunidades cristianas, las palabras eucarísticas de Jesús, y de la Iglesia, suscitan incredulidad e indiferencia. Incluso entre muchos cristianos, la inercia y la costumbre han ido haciendo de la eucaristía el mero cumplimiento de una prescripción legal o la simple reiteración de un rito. Con ello se ha diluido su auténtico sentido: el encuentro y la identificación con Jesús.
¿Dónde nos situamos nosotros? ¿En la perspectiva de la carne que, según Jesús, no sirve para nada, o en la del espíritu que es quien da vida (Jn 6, 63)?
Se nos ha recordado la necesidad de que pasemos de la eucaristía “sacramental” a la eucaristía “existencial”: bien está que creamos en la presencia real del Señor en el pan que compartimos. Pero cuidando que esa fe no decaiga en mera doctrina, lo que ocurre cuando olvidamos el espíritu de lo que Jesús hizo y dijo: su apuesta por la vida, por nuestra vida.
Ojalá al volver a escuchar estos domingos ese discurso del pan de vida caigamos mejor en la cuenta de lo que Jesús nos quiere decir con él.
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