Optar entre Dios y los dioses
Hoy terminamos de leer la selección de la carta a los Efesios con una página famosa: la que habla de las relaciones entre marido y mujer, situándolas en la esfera del amor de Cristo que se entregó hasta el final por su esposa la Iglesia.
Terminamos también la lectura del capítulo 6 de san Juan, que hemos ido escuchando durante cinco domingos, haciendo un paréntesis en el evangelista del año, Marcos. Lo terminamos con las reacciones de los presentes ante las palabras de Jesús y una interpelación también para nosotros: ¿aceptamos o no este «discurso duro» de Jesús? Es también la disyuntiva que ponía Josué a los suyos al entrar en la tierra prometida: ¿prefieren servir a Yahvé o a los dioses falsos?
Josué 24, 1-2a.15-17.18b. Nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!
Josué, el sucesor de Moisés, el que finalmente introdujo al pueblo de Israel a la «tierra prometida», convoca en asamblea solemne a todos, para renovar la Alianza del Sinaí y les plantea una clara disyuntiva: ¿a quién quieren servir, al Dios que les ha liberado de Egipto o a los dioses que van encontrando en los pueblos vecinos? Porque siguen teniendo la tentación de la idolatría.
La respuesta del pueblo es muy decidida: «¡lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!». Ese Dios es quien les ha sacado de Egipto y les ha ayudado en el camino con toda clase de prodigios. Un poco espontánea y optimista parece la respuesta, mirándola desde la historia posterior de este pueblo, siempre a caballo entre la tentación de la idolatría y la fidelidad a la Alianza de Yahvé.
El salmo plantea también la oposición entre los justos y los malvados: «que los humildes lo escuchen y se alegren… Los ojos del Señor miran a los justos, pero el Señor se enfrenta con los malhechores».
Efesios 5, 21-32. Es este un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
Leemos por última vez la carta de Pablo a los de Éfeso, siguiendo con las consecuencias que tiene la fe en Cristo para la vida de la comunidad, esta vez más específicamente para la familiar. Este era un pasaje que antes se solía elegir bastante para las bodas, pero ahora no tanto, porque refleja una situación social muy poco actual en la vida matrimonial.
Pablo invita a las mujeres a que «se sometan a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer», comparándolas a «la Iglesia que se somete a Cristo». Invita en seguida a los maridos a «amar a sus mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella». Amar a la propia mujer es «amarse a sí mismo», y «nadie jamás ha odiado su propia carne».
Cita la motivación del Génesis: «serán los dos una sola carne», pero además añade la más específicamente cristiana: «es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia».
Juan 6, 60-69. ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
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