¿Creer?
Tal como suele entenderse en este evangelio, creer no significa tanto adhesión mental cuanto confianza inquebrantable. Y, en este mismo evangelio, se invita a creer en Jesús -más aún, se afirma que en eso se resume la voluntad de Dios-, con la promesa de que la confianza en él saciará toda hambre y toda sed.
En el texto encontramos dos afirmaciones que, por más que se les haya concedido una validez durante siglos, entran en fuerte disonancia con la consciencia moderna y son superadas en una mirada transpersonal. Las dos afirmaciones a las que me refiero pueden sintetizarse de este modo: la salvación viene de “fuera” y se juega decisivamente en la figura de Jesús. Analicemos ambas creencias.
Las religiones ofrecen una salvación que viene de “fuera”. Es precisamente ese “fuera” el que hoy se cuestiona: fuera, ¿de qué?; fuera, ¿dónde?; ¿acaso puede haber algo “fuera” de lo real? A medida que nos hacemos más conscientes de la capacidad proyectiva de la mente, nos resulta más fácil entender su tendencia a colocar “fuera” -o viniendo de fuera- aquello que más anhelamos. Desde la percepción de su propia necesidad e inseguridad, el ser humano dirigió su mirada hacia “algo” más grande que él que nombramos como “trascendencia”.
Sin embargo, como los místicos han sabido ver, la trascendencia no se halla fuera, ni siquiera lejos, sino en nuestra más íntima profundidad. Hasta el punto de poder afirmar que constituye aquello que realmente somos. Con lo que venimos a descubrir que aquello que nuestra mente había proyectado en el exterior no es sino nuestra identidad habitualmente ignorada.
Por su parte, la religión cristiana -a partir de Pablo de Tarso- otorgó a Jesús el rango de “salvador”, haciendo de él un ser radicalmente diferente de todos los demás. En consonancia con el momento histórico en que aparece, convierte a Jesús en un Dios “separado”, con cualidades y poderes únicos.
Sin embargo, bien pudiera ser que se tratara solo de una lectura realizada desde la fe -de un “mapa creyente”-, que se desvela con nitidez al hacernos conscientes que aquello que se afirma de Jesús vale en realidad para todos nosotros.
¿Qué significa, por tanto, creer en Jesús y ver saciado nuestro anhelo? Por decirlo brevemente: comprender lo que realmente somos. Como el Jesús del cuarto evangelio, todos nosotros podemos decir: “El Padre y yo somos uno”, “Yo soy la vida” o, sencillamente, “Yo soy”. Y no hablo lógicamente del yo particular o ego, sino de aquella identidad profunda que compartimos con Jesús y todos los seres. Así entiendo por qué en eso se condensa todo: cuando se comprende experiencialmente lo que somos, se ha encontrado el tesoro.
¿Dónde busco la respuesta a mi anhelo más profundo?
Enrique Martínez Lozano
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