No fue profeta en su pueblo
1.- La cuestión es dilucidar qué fue peor: si el no reconocimiento de Cristo como profeta o que la comunidad de Nazaret no se beneficiase de la capacidad salvadora de Cristo. Muchas veces anteponemos lo ritual y magnificente, cuando lo importante es el bien final feliz que podemos disfrutar. Como es obvio Jesús no bajó a la tierra para presumir. Si hubiese querido tal cosa, su llegada habría sido bien distinta. Él se presentó «como uno de tantos e iba por pueblos y aldeas haciendo el bien y curando a los oprimidos». Merece la pena hoy, en este domingo del mes de julio adentrarse en esta idea y meditarla. A veces, posiciones demasiado puristas o falsamente ortodoxas impiden recoger los frutos de la acción de Dios.
Y trasladados nosotros a aquel momento concreto del paso de Jesús por las tierras de Palestina descubriríamos que muchos «creyentes» pensaron, entonces, que estaban haciendo un favor a Cristo por creer en Él, cuando el verdadero favor era el que les hacia Cristo de poder participar en “vivo y en directo” del prodigioso misterio de la Redención. Fueron duros los paisanos de Jesús y ellos dejaron pasar ese ofrecimiento generoso, histórico y cósmico. Pero curiosamente somos nosotros los que recibimos el favor por tener la dicha de saber bien quien es Él. La reticencia de los habitantes de Nazaret les privó del gozo de otras comunidades que se entregaron a Jesús sin más.
2.- Romano Guardini, el teólogo italo-germano, mantiene en su obra «El Señor», que la redención pudo ser posible sin el paso por la Cruz y que las profecías pacifistas de Isaías se habrían cumplido de inmediato, pero el pueblo judío pudiendo elegir el bien, eligió el mal. Hubo, entonces, en algún momento de la vida de Jesús en la tierra un tiempo fronterizo en Él mismo se apercibió del cambio a peor y que, a partir de ahí, sólo el camino de la Cruz era el único posible. Suponemos que su salida de Nazaret, un tanto desilusionado, iba a ser anticipo de la gran catástrofe en que se sumieron quienes despreciaron el mensaje de Jesús y lo enviaron a la Cruz.
La rebeldía del pueblo de Israel, respecto a los designios a Dios, era una constante en toda la historia del Antiguo Testamento. Pero, en el caso de Jesús, se establece lo dicho en la parábola de la vid, los arrendadores de la misma cometen el último gran pecado: matar al Hijo del dueño de la viña para quedarse con su herencia. Y por ello, para mejor justificar su crimen, no podían, ni por un momento, reconocer la identidad del Heredero. Por eso, cuando Jesús se atribuye las palabras de Isaías, reflejadas en el Evangelio de San Lucas –“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres”—se produce el gran escándalo. No se admite la sabiduría de alguien a quien conocen y tienen cerca. Si hubiera llegado a Nazaret montado sobre un brioso caballo y rodeado de una fuerte y vistosa escolta no habrían dudado. Pero un paisano no podría ser más que ellos. También es cierto que la gran paradoja que ofrece Jesús a sus paisanos es la humildad: presentarse como Mesías como uno más, como un miembro normal de su comunidad. Y esa paradoja la irían experimentando todos –también los Apóstoles—hasta que no se produjo la Resurrección.
3.- La enseñanza para nosotros hoy es que debemos poner mucha atención a lo que ocurre a nuestro alrededor en todas las manifestaciones de la vida, y, asimismo en el ámbito religioso. Cristo se nos presenta muchas veces ante nosotros con la imagen de los hermanos que sufren o, ¿quien sabe?, con la presencia de un niño –que como a San Agustín—le canta lo que tiene que hacer. Es muy importante estar abierto a cualquier inspiración del Espíritu y hemos de pedirle a Dios el don del discernimiento: saber que es de Dios, de todo lo que recibimos de nuestros cercanos. Probablemente, la humildad es siempre un buen camino para descubrir esos mensajes. Y por el contrario la soberbia es el gran impedimento para tener ojos y oídos abiertos a las inspiraciones de Dios
En el fragmento que hemos proclamado hoy de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios se refleja uno de los temas que más se han debatido entre exégetas y escrituristas. Pablo a alude a un sufrimiento, a una enfermedad, a una gran tentación. Dice: “Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio.” Se ha querido descubrir el mal sufrido por el Apóstol, pero en realidad poco importa cual sea la naturaleza de su mal, sirve para limitar la soberbia y para obtener la revelación de uno de los puntos culminantes de la doctrina paulina: que la debilidad humana es querida y utilizada por Dios para hacer cosas importantes y fuertes. Y ello enlaza, directamente, con la idea que Jesús quería dar a sus paisanos: que alguien como ellos, sin especiales brillos sociales, fuera el Ungido de Dios, el Mesías. Amemos a nuestros semejantes, a los que comparten nuestra vida, a los que nos parecen ni hermosos, ni importantes, porque por ellos nos habla Dios.
4.- No podemos dejar de pensar en el viaje apostólico que Benedicto XVI hace a España, a Valencia, con motivo de la Jornada Mundial de las Familias. Habrán sido muchos los peregrinos que se hayan desplazado a la ciudad levantina para acompañar al Pontífice, pero nosotros –los que no hemos ido—hemos de contemplar ese misterio del Papa peregrino que tantos bienes trae a las tierras que visita y, también, pedir por Él, y por la mayor armonía en España entre política y religión. Mayor armonía, en todos los casos, entre todos los grupos políticos.
Ángel Gómez Escorial
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