Comentario – Domingo XIV de Tiempo Ordinario
(Mt 6, 1-6)
Este texto muestra a Jesús como una verdadera paradoja; por una parte se manifestaban en sus prodigios y en sus palabras el poder y la sabiduría de Dios, pero por otra parte no tenía un reconocimiento en la sociedad, no ocupaba ningún puesto importante y pertenecía a una familia pobre y sencilla. ¿Podía ser el Mesías alguien que desde niño había caminado por sus calles y había compartido sus vidas simples, ocultas, ignoradas por todos? ¿Podía ser el Rey esperado alguien que era también uno más, uno cualquiera? Finalmente, estas preguntas se convierten en incredulidad, y Jesús ve limitado su poder a causa de esa falta de fe que no le permite hacer prodigios en su propia tierra. Es fascinante ver al mismo Hijo de Dios que «se extrañaba de la incredulidad de ellos».
Cuando Jesús dice que un profeta es despreciado solamente en su tierra («nadie es profeta en su tierra»), en realidad no estaba afirmando algo que sucede siempre de esa manera, sino que tomó un refrán popular para que se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo en ese momento: que lo despreciaban porque no eran capaces de descubrir las cosas grandes que a veces se presentan en medio de la sencillez de la vida y a través de las personas que uno se encuentra en el camino cotidiano. También en nuestras vidas el Señor puede manifestarse en signos simples, tan sencillos que nos cuesta reconocer que vienen de él. Agudicemos la sensibilidad del alma para mirar mejor las distintas formas con las que Dios se hace presente en nuestras vidas sin pretender encasillarlo en nuestra pobre perspectiva. Algunas personas no crecen en la vida espiritual porque están esperando ocasiones extraordinarias o llamativas para entregarse a Dios, como si él no se hiciera presente en lo sencillo y cotidiano. Decía San Francisco de Sales: «Las grandes ocasiones de servir a Dios se presentan raramente, pero las pequeñas son de cada día. Si haces las cosas cotidianas en nombre de Dios todo estará bien. Sea que comas o duermas, te diviertas o trabajes, todo en unión con Dios está bien».
Oración:
«Mi Salvador, quiero contemplar tu santa humanidad, admirarme por la sencillez que guardaba tu infinita gloria; reconocer que realmente te hiciste igual a mí, con los límites de mi pequeña existencia terrena».
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día
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